AUTOESTIMA Y  ESPERANZA, REALIDADES DISTINTAS

Todos nosotros aspiramos a la plena realización y felicidad. “Este deseo es de origen divino. Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer”  (CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 1.718).

¿Consiste la esperanza en la autoestima?  Son realidades distintas. La virtud teologal de la esperanza no consiste en la autoestima, por más que ésta sea legítima. Porque la esperanza no es apoyarse en uno mismo, sino en Dios. Es mucho más que la autoestima, y da a la propia vida horizontes mejores. Vivir cristianamente es vivir con la radicalidad de quien no se contenta sólo con las apariencias y conoce la trascendencia eterna de sus acciones presentes. Los libros de autoayuda no sustituyen a la Biblia. 

Sería necio pretender soslayar la necesidad de la esperanza teologal, que se apoya en las promesas y en la ayuda divina, sustituyéndola por ilusiones humanas de corto alcance; para apoyarse solamente en la ilusión de un progreso humano, de unas metas profesionales o familiares, de unos logros materiales más o menos halagadores. Y tampoco una mejor situación futura en la sociedad: en lo social, cultural, económico o político, bastaría para justificar una vida personal malbaratada.

            Todos nosotros aspiramos a la plena realización y felicidad. “Este deseo es de origen divino. Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer”  (CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 1.718).

Es perfectamente humana y cristiana la confianza en un futuro mejor, en unos tiempos más halagadores. Y ése es precisamente el destino que Dios nos ha señalado, dándonos juntamente los medios para alcanzarlo: inteligencia, voluntad y la ayuda de la gracia. Pero nuestro futuro no es meramente intramundano, sino que está más allá del umbral de la muerte. Es un destino trascendente. Como alguien escribió: Me interesa la eternidad, porque voy a pasar en ella el resto de mi vida.

El objeto de las esperanzas intramundanas es sumamente precario. Cada hombre está vitalmente abierto a Dios, del que es hijo por la adopción de la gracia; ansía el amor sin límites, la felicidad plena. Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que: “La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de todos sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza ni en el bienestar, ni en la gloria humana ni en el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor” (n. 1723).

¿Progreso material o felicidad ultraterrena? Esta pregunta presenta una falsa disyuntiva, pues lo uno no se opone a lo otro. La esperanza no significa que haya que abandonar los esfuerzos y tareas de cada uno, las metas nobles que nos hayamos trazado. Pero hay que situarlos en una perspectiva más alta: como un homenaje a nuestro Padre Dios, como una ayuda a nuestros hermanos los hombres, como una preparación –provisional e imperfecta-  de la plenitud de la otra vida. De nada serviría cosechar prematuros éxitos temporales, si no se está sembrando con vistas a la vida eterna. El caminante sabe que va de camino.

¿Consiste la esperanza en la autoestima?  Son realidades distintas. La virtud teologal de la esperanza no consiste en la autoestima, por más que ésta sea legítima. Porque la esperanza no es apoyarse en uno mismo, sino en Dios. Es mucho más que la autoestima, y da a la propia vida horizontes mejores. Vivir cristianamente es vivir con la radicalidad de quien no se contenta sólo con las apariencias y conoce la trascendencia eterna de sus acciones presentes. Los libros de autoayuda no sustituyen a la Biblia. 

Sería necio pretender soslayar la necesidad de la esperanza teologal, que se apoya en las promesas y en la ayuda divina, sustituyéndola por ilusiones humanas de corto alcance; para apoyarse solamente en la ilusión de un progreso humano, de unas metas profesionales o familiares, de unos logros materiales más o menos halagadores. Y tampoco una mejor situación futura en la sociedad: en lo social, cultural, económico o político, bastaría para justificar una vida personal malbaratada.

            Todos nosotros aspiramos a la plena realización y felicidad. “Este deseo es de origen divino. Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer”  (CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 1.718).

Es perfectamente humana y cristiana la confianza en un futuro mejor, en unos tiempos más halagadores. Y ése es precisamente el destino que Dios nos ha señalado, dándonos juntamente los medios para alcanzarlo: inteligencia, voluntad y la ayuda de la gracia. Pero nuestro futuro no es meramente intramundano, sino que está más allá del umbral de la muerte. Es un destino trascendente. Como alguien escribió: Me interesa la eternidad, porque voy a pasar en ella el resto de mi vida.

El objeto de las esperanzas intramundanas es sumamente precario. Cada hombre está vitalmente abierto a Dios, del que es hijo por la adopción de la gracia; ansía el amor sin límites, la felicidad plena. Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que: “La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de todos sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza ni en el bienestar, ni en la gloria humana ni en el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor” (n. 1723).

¿Progreso material o felicidad ultraterrena? Esta pregunta presenta una falsa disyuntiva, pues lo uno no se opone a lo otro. La esperanza no significa que haya que abandonar los esfuerzos y tareas de cada uno, las metas nobles que nos hayamos trazado. Pero hay que situarlos en una perspectiva más alta: como un homenaje a nuestro Padre Dios, como una ayuda a nuestros hermanos los hombres, como una preparación –provisional e imperfecta-  de la plenitud de la otra vida. De nada serviría cosechar prematuros éxitos temporales, si no se está sembrando con vistas a la vida eterna. El caminante sabe que va de camino.

Rafael María de Balbín (rbalbin19@gmail.com)

¿TEMOR O AMOR?

El hombre que está en camino experimenta la inseguridad de su vida y se acoge por la esperanza al apoyo y ayuda de Dios. El temor de Dios (reverencia de buen hijo) es uno de los dones del Espíritu Santo, pero quedaría imposibilitado por una ingenua presunción.

            El afán por una excesiva seguridad o comodidad revela los miedos que se tratan de espantar. La sociedad de consumo, con su falta de recursos morales, no logra eliminar los miedos, sino que los aumenta. “Es cierto que en algunos lugares se produjo una «desertificación» espiritual, fruto del proyecto de sociedades que quieren construirse sin Dios o que destruyen sus raíces cristianas. (…) Pero precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza”  (Papa FRANCISCO. Exhort. Apost. Evangelii gaudium, n. 86).

La oración, lenguaje de esperanza

Es bien conocido que la oración, especialmente la petición, es el lenguaje de la esperanza. Pero si hay desesperanza se piensa que la oración no sirve, no es eficaz. Es una actitud pesimista. Y si hay presunción se juzga que es superflua, lo cual es un falso optimismo. Desesperanza y presunción son ambas enemigas de la oración. Para mantenerse en la esperanza hace falta la oración: Es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer, enseña el Evangelio.

Por la esperanza tenemos confianza en la justicia divina pero también y sobre todo en su misericordia. Por eso es menos dañina la presunción que la desesperación: “es más propio de Dios tener misericordia y perdonar que castigar, a causa de su infinita bondad. Pues aquello le corresponde en Sí y esto por causa de nuestros pecados”  (SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma teológica II-II, q. 21, a. 2). El hombre que está en camino experimenta la inseguridad de su vida y se acoge por la esperanza al apoyo y ayuda de Dios. El temor de Dios (reverencia de buen hijo) es uno de los dones del Espíritu Santo, pero quedaría imposibilitado por una ingenua presunción.

Sentir temor es natural

No es malo sentir temor, sino perfectamente natural. Sería una ingenuidad aparentar que nada es temible. Como decretar que todo es bueno y amable, que todo saldrá bien, porque sí. Es la pretensión de un optimismo superficial, que no ha profundizado en la realidad de los males que aquejan al hombre, a veces con terrible fuerza. Tampoco se ajusta a la realidad la rigidez artificial del estoicismo: existen los males, pero yo soy inmune a ellos por mi fortaleza o por mi indiferencia; poco eficaces ante la concreta mordida del mal  (Cfr. PIEPER, J. Las virtudes fundamentales. 2ª ed. Madrid: Rialp, 1980, pp. 369-413).

Es naturalmente humano experimentar temor ante lo que de suyo es temible. Ser impasible no es ser valiente: El temor es pecado en tanto en cuanto se opone al orden de la razón, afirma Santo Tomás. Hay un temor bueno, en cuanto que se huye del mal: El sabio siente temor y se aparta del mal, enseña un salmo. El llamado temor de Dios no es solamente respeto y veneración hacia Él, sino que se refiere al mal que se busca evitar porque nos aparta del verdadero bien.

Rafael María de Balbín (rbalbin19@gmaIl.com)

ECONOMÍA RELACIONAL

“Toda realidad y actividad humana, si se vive en el horizonte de una ética adecuada, es decir, respetando la dignidad humana y orientándose al bien común, es positiva. Esto se aplica a todas las instituciones que genera la dimensión social humana y también a los mercados, a todos los niveles, incluyendo los financieros” (CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE- DICASTERIO PARA EL SERVICIO DEL DESARROLLO HUMANO INTEGRAL. Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero. Roma, 6 de enero de 2018, n.8)

Carta Encíclica de Benedicto XVI, «CARITAS IN VERITATE» Junio de 2009

La actividad que da vida a los mercados, más que basarse en dinámicas anónimas, elaboradas por tecnologías cada vez más sofisticadas, se sustenta en relaciones, que no podrían establecerse sin la participación de la libertad de los individuos. La economía, como cualquier otra esfera humana, «tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona»  (BENEDICTO XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 de junio de 2009), n. 45).

No hay que entender la actividad humana como si fuera robinsoniana, de un individuo confinado en su isla solitaria. “En este sentido, nuestra época se ha revelado de cortas miras acerca del hombre entendido individualmente, prevalentemente consumidor, cuyo beneficio consistiría más que nada en optimizar sus ganancias pecuniarias. Es peculiar de la persona humana, de hecho, poseer una índole relacional y una racionalidad a la búsqueda perenne de una ganancia y un bienestar que sean completos, irreducibles a una lógica de consumo o a los aspectos económicos de la vida”  (Ibídem., n. 74).

La economía es relacional, porque la persona humana es relacional. Esta índole relacional fundamental del hombre (Cf. PAPA FRANCISCO, Discurso al Parlamento Europeo (25 de noviembre de 2014), Estrasburgo: AAS 106 (2014) 997-998)  está esencialmente marcada por una racionalidad, que resiste cualquier reducción que cosifique sus exigencias de fondo. Cualquier intercambio de “bienes” entre personas no debe reducirse a mero intercambio de “cosas”. “En realidad, es evidente que en la transmisión de bienes entre sujetos está en juego algo más que los meros bienes materiales, dado que estos a menudo vehiculan bienes inmateriales, cuya presencia o ausencia concreta determina, en modo decisivo, también la calidad de las mismas relaciones económicas (como confianza, imparcialidad, cooperación…)”  (Consideraciones para un discernimiento ético…, n.9).

Chinatown, New York (Foto Nuria Alberti)

            Es fácil ver las ventajas de una visión del hombre entendido como sujeto constitutivamente incorporado en una trama de relaciones, que son en sí mismas un recurso positivo (Cf. BENEDICTO XVI, Carta enc. Caritas in veritate, n. 55).  Toda persona nace y se desarrolla en un contexto familiar y a lo largo de su vida sigue imbricadas en un conjunto de relaciones, muchas de ella  resultado de su libertad compartida con otras personas. El hombre es un ser relacionado. Toda persona nace dentro de un contexto familiar, es decir, dentro de relaciones que lo preceden, sin las cuales sería imposible su mismo existir. Más tarde desarrolla las etapas de su existencia, gracias siempre a ligámenes, que actúan el colocarse de la persona en el mundo como libertad continuamente compartida. 

 “Este carácter original de comunión, al mismo tiempo que evidencia en cada persona humana un rastro de afinidad con el Dios que lo ha creado y lo llama a una relación de comunión con él, es también aquello que lo orienta naturalmente a la vida comunitaria, lugar fundamental de su completa realización. Sólo el reconocimiento de este carácter, como elemento originariamente constitutivo de nuestra identidad humana, permite mirar a los demás no principalmente como competidores potenciales, sino como posibles aliados en la construcción de un bien, que no es auténtico si no se refiere, al mismo tiempo, a todos y cada uno. (Consideraciones para un discernimiento ético…, n.10).

Así, todo progreso del sistema económico no puede considerarse tal si se mide solo con parámetros de cantidad y eficacia en la obtención de beneficios, sino que tiene que ser evaluado también en base a la calidad de vida que produce y a la extensión social del bienestar que difunde, un bienestar que no puede limitarse a sus aspectos materiales. Bienestar y desarrollo se exigen y se apoyan mutuamente (Cf. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 1908), requiriendo políticas y perspectivas sostenibles más allá del corto plazo (Cf. FRANCISCO, Carta enc. Laudato si’, n. 13; Exhort. apost. Amoris laetitia(19 de marzo de 2016), n. 44).

Tenemos por delante un gran reto cultural y educativo. “En este sentido, es deseable que, sobre todo las universidades y las escuelas de economía, en sus programas de estudios, de manera no marginal o accesoria, sino fundamental, proporcionen cursos de capacitación que eduquen a entender la economía y las finanzas a la luz de una visión completa del hombre, no limitada a algunas de sus dimensiones, y de una ética que la exprese. Una gran ayuda, en este sentido, la ofrece la Doctrina social de la Iglesia”.(Consideraciones para un discernimiento ético…, n.10).

“Por lo tanto, el bienestar debe evaluarse con criterios mucho más amplios que el producto interno bruto (PIB) de un país, teniendo más bien en cuenta otros parámetros, como la seguridad, la salud, el crecimiento del “capital humano”, la calidad de la vida social y del trabajo. Debe buscarse siempre el beneficio, pero nunca a toda costa, ni como referencia única de la acción económica). (Ibidem, n. 11).

Necesitamos una cultura donde ganancia y solidaridad no sean antagónicas. De hecho, allí donde prevalece el egoísmo y los intereses particulares es difícil para el hombre captar esa circularidad fecunda entre ganancia y don, que el pecado tiende a ofuscar y destruir. Por el contrario, en una perspectiva plenamente humana, se establece un círculo virtuoso entre ganancia y solidaridad, el cual, gracias al obrar libre del hombre, puede expandir todas las potencialidades positivas de los mercados (cf. Ibidem).

“Un recordatorio siempre actual para reconocer la conveniencia humana de la gratuidad proviene de aquella regla formulada por Jesús en el Evangelio llamada regla de oro, que nos invita a hacer a los demás lo que nos gustaría que nos hicieran a nosotros (cf. Mt 7,12; Lc 6,31)” (Ibidem).

Rafael María de Balbín (rbalbin19@gmail.com)

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LAS PERSONAS NO DEBEN SER VICTIMAS DE LA GLOBALIZACIÓN

Las personas deben ser protagonistas de la globalización, no sus víctimas. Es la gran  ocasión para redistribuir la riqueza a escala planetaria, corrigiendo las disfunciones, y no para incrementar la pobreza y la desigualdad.

Almacén de un Banco de Alimentos con productos listos para ser donados gratuitamente

“La caridad en la verdad pone al hombre ante la sorprendente experiencia del don”. Así se expresa el Papa Benedicto XVI en su Encíclica Caritas in veritate (n. 34) Allí se habla del valor de la gratuidad, distinto de la productividad y de la utilidad: “El ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente”. Los hombres nacen y viven en estrecha relación con los demás, a quienes necesitan y a la vez necesitan de ellos.

            El egoísmo, herencia en los hombres del pecado original, cierra los propios horizontes. Ignorarlo es ingenuidad y apoyar en el aire las construcciones educativas, políticas, culturales y sociales. Como dijo Chesterton, el pecado original es el único dogma cristiano comprobable experimentalmente. Su influjo en el mundo de la Economía es evidente, cuando se confunde la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar social, cuando se reclama una autonomía económica sin injerencias morales: business is business. Por esa vía se tiraniza a la libertad de las personas y no se asegura la justicia.

 Hay una lógica del don

 Hay una lógica del don, que no excluye la justicia sino que la supera: “el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad” (Ibidem). Los requerimientos de la justicia no son suficientes: no basta con dar a cada uno lo suyo (que no es poco). Hace falta también la solidaridad. “Sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado, y esta pérdida de confianza es algo realmente grave” (Ibidem, n.35). Los pobres no son un fardo para los ricos, ni los problemas sociales se resuelvan con una lógica puramente mercantil.

            La actividad económica debe estar orientada hacia el bien común, de modo que el mercado no facilite  que el pez grande se coma al chico. El egoísmo perjudica también la Economía y las finanzas. “El sector económico no es éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, deber ser articulada e institucionalizada éticamente” (Ibidem, n. 36) La obtención de recursos, la financiación, la producción, el consumo, tienen necesariamente implicaciones morales; “toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral” (Ibidem, n. 37).

Voluntarios del Banco de Alimentos de Madrid

            Benedicto XVI ha señalado la gran conveniencia de que en la vida económica haya también  actores que no actúen por el solo beneficio sino también por un afán solidario. Junto a las actuaciones del Mercado y del Estado está presente también la Sociedad civil, que es el ámbito más apropiado para una economía de la gratuidad y de la fraternidad. No bastan la lógica del Estado (dar por deber) ni la lógica del Mercado (dar para tener). El mercado y la política tienen necesidad de personas abiertas al don solidario.

  Solidaridad internacional

 La actividad económica se caracteriza por ser cada vez más global y movible, tanto en lo referente a la producción y al consumo como a las condiciones laborales. La responsabilidad social es tan  amplia como el ámbito humano al que llega la actividad. El empleo de recursos financieros no debe estar motivado por la especulación ni por el solo beneficio inmediato. Debe ser un servicio a la economía real y a la iniciativa económica a favor de los países en desarrollo. Una ayuda internacional solidaria no deber ser sólo una dádiva ocasional, sino una ayuda para solucionar problemas económicos y para consolidar sistemas constitucionales, jurídicos y administrativos.

Shanghai de 1990 a 2008, paradigma de la globalización

            La globalización no es efecto de fuerzas anónimas e impersonales, o de estructuras misteriosas, sino de un conjunto de voluntades humanas, de diversas corrientes culturales. El criterio ético fundamental debe ser la unidad de la familia humana y su progreso en el bien. Las personas deben ser protagonistas de la globalización, no sus víctimas. Es la gran  ocasión para redistribuir la riqueza a escala planetaria, corrigiendo las disfunciones, y no para incrementar la pobreza y la desigualdad.

Rafael María de Balbín (rbalbin19@gmail.com)

TRANSHUMANISMO, LA CREACIÓN DEL HOMBRE PERFECTO Y ETERNO

El transhumanismo es la pretensión de, mediante las nuevas tecnologías aplicadas a la transformación de seres humanos, alcanzar la nueva utopía de crear un tipo de superhombre que traspase los límites de la naturaleza humana. ¿Será la versión nueva de la vieja tentación, «seréis como dioses»?

¿Alcanzará el hombre contemporáneo a romper con lo que le une a su propia naturaleza?

En algunos ambientes culturales se está proponiendo, con seriedad, una nueva utopía: la búsqueda de un hombre perfecto y eterno: “La revolución de hoy en día tiene un nombre: la humanidad aumentada o transhumanismo. Los medios de que se vale son las nanotecnologías, las biotecnologías, las tecnologías de la información y las ciencias cognitivas (NBIC). Su objetivo consiste en traspasar los límites de la humanidad y crear un superhombre. Este proyecto teórico va camino de convertirse en una realidad. Es el punto final del proceso de autorrechazo y de odio a su propia naturaleza que caracteriza al hombre moderno: un hombre que se odia hasta tal punto que quiere reinventarse, corriendo así el grave peligro de desfigurarse irremediablemente. Cualquier hombre sensato debería echarse a temblar ante esta perspectiva. De hecho, muchos evidencian un hondo desconcierto. Se ha afirmado que la libertad humana es un absoluto. Se ha rechazado al Creador. Se ha despreciado hasta la noción de naturaleza. ¿Qué nos queda?” (CARD. ROBERT SARAHSe hace tarde y anochece, cap. v: El odio al hombre).

En un discurso ante el Parlamento alemán, Benedicto XVI pronunció unas palabras proféticas que resuenan como una advertencia, humilde y solemne a la vez, dirigida a toda la humanidad: «Donde la razón positivista es considerada como la única cultura suficiente, relegando todas las demás realidades culturales a la condición de subculturas, esta reduce al hombre, más todavía, amenaza su humanidad […]. La razón positivista, que se presenta de modo exclusivo y que no es capaz de percibir nada más que aquello que es funcional, se parece a los edificios de cemento armado sin ventanas, en los que logramos el clima y la luz por nosotros mismos, sin querer recibir ya ambas cosas del gran mundo de Dios […]. Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo>>.

Relación con la realidad

Y el Papa Benedicto se preguntaba a continuación:

<<Pero ¿cómo se lleva a cabo esto? ¿Cómo encontramos la entrada en la inmensidad, o la globalidad? ¿Cómo puede la razón volver a encontrar su grandeza sin deslizarse en lo irracional? ¿Cómo puede la naturaleza aparecer nuevamente en su profundidad, con sus exigencias y con sus indicaciones? […]. Cuando en nuestra relación con la realidad hay algo que no funciona, entonces debemos reflexionar todos seriamente sobre el conjunto, y todos estamos invitados a volver sobre la cuestión de los fundamentos de nuestra propia cultura. Permitidme detenerme todavía un momento sobre este punto. La importancia de la ecología es hoy indiscutible. Debemos escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él coherentemente. Sin embargo, quisiera afrontar seriamente un punto que —me parece— se ha olvidado tanto hoy como ayer: hay también una ecología del hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo. El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza, la escucha, y cuando se acepta como lo que es, y admite que no se ha creado a sí mismo. Así, y solo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana […]. La naturaleza solo podría contener en sí normas si una voluntad hubiese puesto estas normas en ella […]. Esto supondría un Dios creador, cuya voluntad se ha insertado en la naturaleza […]. ¿Carece verdaderamente de sentido reflexionar sobre si la razón objetiva que se manifiesta en la naturaleza no presupone una razón creativa, un Creator Spiritus?».

El final de un ciclo

Son preguntas que requieren una seria respuesta. ¿Hacia dónde se encamina la humanidad en estos comienzos del siglo XXI? He aquí una fundamentada respuesta: “Estamos llegando al final de un ciclo. La cuestión del transhumanismo nos enfrenta a la elección de una civilización. Podemos continuar en la misma dirección, pero entonces corremos el riesgo de renunciar literalmente a nuestra humanidad. Si queremos seguir siendo humanos, debemos aceptar nuestra naturaleza de criaturas y volvernos de nuevo hacia el Creador. El mundo ha elegido organizarse sin Dios, vivir sin Dios, pensar sin Dios. Está viviendo una experiencia terrible: donde Dios no está, está el infierno. ¿Qué es el infierno sino la ausencia de Dios? La ideología transhumanista lo ilustra a la perfección. Sin Dios solo queda lo que no es humano, lo poshumano. Ahora más que nunca la alternativa es clara: ¡Dios o nada!” (CARD. ROBERT SARAH. Se hace tarde y anochece, cap. v: El odio al hombre).

Recordemos la advertencia de San Juan Pablo II en la Encíclica Fides et ratio: «Algunos científicos, conscientes de las potencialidades inherentes al progreso técnico, parece que ceden no solo a la lógica del mercado, sino también a la tentación de un poder demiúrgico sobre la naturaleza y sobre el ser humano mismo».

Unas preguntas de fondo

Parece oportuno hacerse algunas preguntas de fondo: “¿Quién decidirá si este o aquel es suficientemente eficaz o si debe ser aumentado? ¿No pretenderá el transhumanismo crear una raza de amos y señores? Son preguntas terroríficas que hielan la sangre. La horrible experiencia de las barbaries asesinas del siglo XX debería servirnos de lección” (CARD. ROBERT SARAH. Se hace tarde y anochece, cap. v: El odio al hombre).

Pareciera que algunos pretenden promocionar o ser ellos mismos, un fantástico superman, un meta-ser-humano, ajeno a todas las limitaciones: “El sueño prometeico de una vida infinita, de un poder infinito, es un señuelo, una tentación diabólica. El transhumanismo nos promete convertirnos «exactamente» en dioses. Esta utopía es una de las más peligrosas de toda la historia de la humanidad: nunca ha sido mayor el deseo de la criatura de alejarse definitivamente del Padre. Las palabras de Nietzsche en La gaya ciencia se hacen realidad: «¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! […]. Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos […]. ¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para nosotros? ¿No tendremos que volvernos nosotros mismos dioses?» (Ibid.).

Nostalgia del paraíso perdido

Delirios de grandeza, sin mayor fundamento: “Paradójicamente, esta locura es expresión de la trágica nostalgia de un paraíso perdido. Antes del pecado original el hombre no iba a conocer la muerte y habitar eternamente junto a Dios; y es como si quisiera recuperar con sus propias fuerzas el bien que perdió por su culpa. En lo más hondo de nosotros sabemos que la muerte y el sufrimiento no pueden tener la última palabra. Sentimos en nuestro interior la llamada de la eternidad y del infinito. De ahí que el hombre, en virtud de su naturaleza humana, no pueda dejar de ser una criatura a una distancia infinita del Creador. Con sus solas fuerzas humanas no logrará nunca unirse a Dios, elevarse hasta Él y vivir su vida. El hombre solo puede vivir la vida de Dios —lo que llamamos la gracia santificante— si Él se la concede como un don enteramente gratuito. El hombre no tiene ningún derecho a él, porque es pura gratuidad de amor por parte de Dios y supera infinitamente todas las posibilidades de la naturaleza humana” (Ibid).

Necesitamos una genuina humildad. Es preciso reconocer, a la vez, nuestra pequeñez y nuestra grandeza: “El hombre es esencialmente dependiente. Sabe que está llamado por Dios a un fin que lo trasciende. Así lo ha querido Dios: en esta tierra no encontraremos la felicidad plena. Dios no nos ha creado para una perfección exclusivamente natural. Cuando nos creó a su imagen y semejanza, su fin era infinitamente superior a la perfección de la naturaleza. Solo existimos para esa vida sobrenatural. Dios ha creado a los hombres para la eternidad” (Ibid).

Rafael María de Balbín (rbalbin19@gmail.com)

UNA INJUSTIFICADA ACTITUD AGRESIVA

Toda actitud agresiva es injustificada pero en ocasiones hay comportamientos que siendo de carácter ideológico manifiestan una actitud particularmente injusta. Una de esas situaciones la constituyen los ataques sistemáticos a la Iglesia Católica y en consecuencia a los que la integran, sean eclesiásticos o laicos.

Un religioso salesiano en la República Dominicana explicando en la clínica -dispensario de Jarabacoa como atienden gratuitamente a todo aquel que viene con necesidad de ayuda médica.

Supongo que a todo el mundo le ocurre lo mismo y acepto como normal que me ponga de mal humor el hecho de no entender algo que debiera. Es irremediable que haya multitud de acontecimientos, circunstancias, sucesos, teorías a los que no llego, pero a lo que voy a referirme debiera llegar y se me escapa. Me refiero a la inquina con la que se persigue actualmente a la Iglesia Católica. 

Con la experiencia de mis ochenta y cuatro primaveras he conocido la atención con la que generalmente los curas atienden a la gente. Educan a la juventud, administran los sacramentos a moribundos, que no debe ser trago fácil, oyen en Confesión, con paciencia infinita, las debilidades y miserias de muchos de nosotros que periódicamente se las vamos a contar. No exclaman nunca esto de ¿pero otra vez con esta “calamidad” ?, sin un reproche, siempre a la manera de Cristo a quien representan en el confesionario, perdonan y aconsejan formas de arreglar las cosas. Cualquiera de nosotros a la tercera debilidad o barbaridad que de todo hay, le diría al penitente: Bueno mira no me vengas con mas “historias” y déjame en paz, ya me contaste lo mismo la semana pasada y la anterior y la de mas allá. Mal pagados después de haber cursado los estudios equivalentes a una carrera superior, algunos han dejado brillantes carreras civiles para ayudar a la gente a ganarse el Cielo. Comprendo que a algún ateo, agnóstico o lo que sea,  esto no le parezca importante pero entenderá, si obra de buena Fe, el valor que hay que tener para renunciar a multitud de cosas estupendas por servir a los demás. Esto no es cuestión de creencias es, por lo menos, un gesto de una enorme categoría humana.

Investigar todos los abusos

Bueno pues ahora alguien aduce que el 0,2% de los abusos que los pederastas infligen a los niños son atribuibles a sacerdotes y que deben ser investigados con carácter inmediato. Bien dicho afirmo y voy mas lejos, no el 0,2 sino el 100% de los abusos allá donde se produzcan y quien los produzca. Recordemos que al fin y al cabo algo mas del 8% de los apóstoles de Jesucristo después de hartarse de ver milagros y de convivir con Él, lo traicionó de mala manera.

­Pero al lado de esa denuncia que considerada en toda su amplitud (100%) está mas que justificada, aparecen noticias sorprendentes de gente empeñada en derribar crucifijos, alguna de nuestras políticas ha profanado la Eucaristía, hay que cerrar templos durante horas porque se temen actos vandálicos o sacrílegos, se monta todo un proceso popular para acusar a la Iglesia Católica de haberse apropiado de unos bienes que no son suyos cuando la verdad que no se ha apropiado de nada.

Es innegable que hay una actitud agresiva, de momento sin violencia física, contra las personas, a la Iglesia Católica, y ahí esta precisamente lo que yo no acabo de entender. Datos de informes publicados en los medios de comunicación y referidos a Cáritas y Manos Unidas son altamente elocuentes.

Los informes anuales de Cáritas Española muestran una parte importante de la aportación De la Iglesia a la ayuda a personas y colectivos vulnerables.

Cerca de cinco millones de personas fueron acompañadas en los 8.796 centros asistenciales. Con la ayuda de 18.714 voluntarios, se acompañó –tanto en domicilios como en hospitales- a 63.589 enfermos. Casi tres millones de personas fueron atendidas en centros para mitigar la pobreza y a más de 22.000, en centros para el tratamiento de drogodependencias.

Se prestó ayuda a más de 25.900 mujeres víctimas de la violencia; a más de 10.500 niños y jóvenes en centros de atención y tutela de menores; a más de 170.000 inmigrantes. Más de cien mil personas recibieron orientación y acompañamiento en la búsqueda de empleo. Los centros de orientación familiar y de ayuda a la infancia y los de asesoría jurídica ayudaron a más de 125.000 y 18.000 personas, respectivamente.

Toda esta labor está centralizada principalmente en Cáritas que divide la ayuda que presta en tres líneas de trabajo:

  • Cáritas Parroquiales. Su principal trabajo es la acogida y acompañamiento a las personas en situación de pobreza, exclusión y vulnerabilidad. El pasado año gastó en este apartado 80,32 millones de euros.
  • Atención a las personas vulnerables: niños, jóvenes, familias, mayores, emigrantes… a lo que dedicó 73,08 millones de euros.
  • Atención a personas excluidas víctimas de trata y prostitución, reclusos y exreclusos, personas sin hogar, con discapacidad, salud (drogodependencia, VIH-SIDA y salud mental), en cuyo apartado invirtió 53,65 millones de euros.

Ayuda exterior

La ayuda internacional a la formación de la juventud es de suma importancia para instituciones como Manos Unidas y otras instituciones no gubernamentales sostenidas por voluntarios cristianos

De la ayuda exterior se encarga, principalmente, Manos Unidas mediante sus Campañas Contra el Hambre, que el pasado año financió 595 proyectos de cooperación repartidos por los cinco continentes y en diferentes sectores (educativo, sanitario, agropecuario, promoción de la mujer, promoción social, etc.) en 58 países.

Esto sin contar la acción de instituciones y organizaciones que, sin declararse confesionales, están integradas mayoritariamente por personas católicas que sencillamente quieren ayudar a los demás.

Bueno ¡¡¡hala!!! a ver quien lo mejora. Con esos datos ¿como se justifica esa inquina a la que me refería al principio?, ¿no sería lógico que todos apoyáramos a esa organización? ¿no deberían deshacerse en alabanzas a ese trabajo social los organismos oficiales? ¿no debería citarse en los medios de comunicación como ejemplo de buen hacer?

Yo creo que si en lugar de ser la Iglesia Católica fuera cualquier otra organización esas noticias abrirían los telediarios.

Pues no; por lo contrario se busca la manera de desprestigiar a ver si, con un poco de suerte, se le puede propinar una cornada. No es lógico y debe haber algo más en todo este asunto que se me escapa y que debería explicar tan mala praxis. 

José Antonio Busto Villa

DIGNIDAD DE LA MUJER

Botticelli,»El nacimiento de Venus» (detalle)

La valoración que el cristianismo hace de la dignidad y de la importancia de la persona humana se extiende por igual a varones y a mujeres, a la persona varón y a la persona mujer. “

“La mujer tiene que hacerse presente en el mundo como mujer, aportando toda la riqueza de su feminidad, que es su fuerza moral. Los hombres -tanto varones como mujeres- hemos sido <<confiados por Dios a la mujer>> (JUAN PABLO II), y no principalmente en el orden biológico, sino fundamentalmente en el psíquico y en el espiritual” (Cf. CARLOS CARDONA, Ética del quehacer educativo. Madrid, 1990, pg. 145).

Miguel Angel, «David»

Esta valoración contrasta con el desenfoque que se aprecia en vastos ámbitos de opinión acerca de la mujer. A lo largo de una entrevista al Cardenal Joseph Sarah, el entrevistador inquiría: “En nuestro primer libro, Dios o nada, publicado en 2015, comentaba usted que en Occidente el cuerpo de la mujer suele ser instrumentalizado, desvalorizado y ultrajado. ¿Ha cambiado en algo su opinión?”.

Y la respuesta era: “No, al contrario: la situación es cada vez más degradante. Muchas veces la publicidad reduce el cuerpo de las mujeres a la categoría de mercancía utilizada con fines comerciales. Lo exhibe, lo airea, lo expone a todas las miradas. Y ese menosprecio y esa humillación nos parecen normales. El cuerpo femenino se considera un objeto destinado a provocar el deseo sexual. Se invita a los hombres a posar sobre ese cuerpo sagrado y maternal una mirada que es como una violación o, al menos, como un abuso violento” (CARD. IOSEPH SARAH. Se hace tarde y anochece, cap. v: El odio al hombre).       

No todos los intentos de defender la dignidad de la mujer son igualmente afortunados. A ves se produce el resultado contrario: “Algunos movimientos feministas pretenden promover la dignidad de las mujeres, pero creo que no abordan el problema desde la raíz. Queriendo «liberar a las mujeres de la esclavitud de la reproducción» —por utilizar las palabras de Margaret Sanger, fundadora de la Federación Internacional de Planificación Familiar—, las privan de la grandeza de la maternidad, uno de los fundamentos de su dignidad”  (Ibid).

La  condición femenina posee en sí misma su propia grandeza. “Sí, la mujer posee una superioridad natural respecto al hombre, porque gracias a ella vienen los hombres al mundo. Ese vínculo con los orígenes le proporciona una finura y una hondura especiales en todo lo que está ligado al orden de la vida. Es ella quien da la vida. La mujer conoce por experiencia el misterio sagrado del comienzo de la vida de un ser. Su capacidad de acoger la vida en su seno la predispone para recibir el misterio de la gracia, es decir, de la vida divina que se oculta y germina en nuestra alma” (Ibid).

En 1988 San Juan Pablo II escribía en Mulieris dignitatem:  »La Iglesia, por consiguiente, da gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas a Dios en la virginidad; por las mujeres dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia, la cual es el signo fundamental de la comunidad humana; por las mujeres que trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social; por las mujeres “valientes” y por las mujeres “débiles”. Por todas ellas, tal como salieron del corazón de Dios en toda la belleza y riqueza de su femineidad, tal como han sido abrazadas por su amor eterno; tal como, junto con los hombres, peregrinan en esta tierra que es “la patria” de la familia humana, que a veces se transforma en “un valle de lágrimas”. Tal como asumen, juntamente con el hombre, la responsabilidad común por el destino de la humanidad, en las necesidades de cada día y según aquel destino definitivo que los seres humanos tienen en Dios mismo, en el seno de la Trinidad inefable.

»La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del “genio” femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del Pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina».

Rafael María de Balbín (rbalbin19@gmail.com)

AMOR EN LA VERDAD

“El amor –«caritas»– es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz»

La Encíclica Caritas in veritate del Papa Benedicto XVI, de 29 de junio de 2009 trata “sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad”. Su temática es muy rica y actual, y tiene como tema de fondo el amor en la verdad y sus implicaciones en los diversos campos de la convivencia humana. Es decir, un amor que no es expresión de un mero sentimiento subjetivo sino una realidad basada en la naturaleza de las personas humanas y en su mutua relación en ámbito social.

Ahí se presenta  con fuerza el dinamismo que resulta del amor, que no puede sustituirse por otros factores: “El amor –«caritas»– es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta” (n.1). El amor y la verdad constituyen una vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada hombre. De este modo la caridad está en el centro de la doctrina social de la Iglesia. “Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt22,36-40). Ella da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas” (n. 2).

Sin embargo, la caridad tiene el peligro de ser, con frecuencia, mal entendida. De ahí la importancia  de no separarla de la verdad. “Se ha de buscar, encontrar y expresar la verdad en la «economía» de la caridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad” (n. 2).

La verdad da sentido y valor a la caridad

No cualquier contenido corresponde al auténtico amor, aquél que enaltece al hombre y le une con Dios y con sus semejantes: “Por esta estrecha relación con la verdad, se puede reconocer a la caridad como expresión auténtica de humanidad y como elemento de importancia fundamental en las relaciones humanas, también las de carácter público. Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad. Esta luz es simultáneamente la de la razón y la de la fe, por medio de la cual la inteligencia llega a la verdad natural y sobrenatural de la caridad, percibiendo su significado de entrega, acogida y comunión. Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente” (n. 3).

Ambiente cultural frelativista

En un ambiente cultural relativista tiende a desvalorizarse el significado y el contenido de la caridad, reducida a poco más que un adorno para suavizar algunas asperezas. “En el contexto social y cultural actual, en el que está difundida la tendencia a relativizar lo verdadero, vivir la caridad en la verdad lleva a comprender que la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano integral”(n 4).

Es difícil que la caridad tenga todo su eficaz dinamismo si se relega al nivel de los meros sentimientos subjetivos, como una simple voluntad privada, valedera sólo en el plano de la conciencia individual. “Sin verdad, sin confianza y amor por lo verdadero, no hay conciencia y responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de 

lógicas de poder, con efectos disgregadores sobre la sociedad, tanto más en una sociedad en vías de globalización, en momentos difíciles como los actuales” (n. 5).

Rafael María de Balbín (rbalbin@gmail.com)

PINTURA DE OSCAR VEGA; UN ESLABÓN ENTRE LO CLÁSICO Y LO POSMODERNO

Oscar Vega expuso oleos y esculturas en Galizano (Cantabria)

La pintura de Oscar Vega, expuesta en el Centro Cívico de Galizano, (Cantabria) sugiere la visión de un mundo en el que lo clásico y lo posmoderno se entrelazan en una búsqueda de sentido a través de una paleta minimalista que interroga directamente al observador.

José Manuel Arrojo presenta al pintor Oscar Vega con la presencia de Marina Lombó, consejera de educación del gobierno de Cantabria y De Francisco Manuel Asón, alcalde de Ribamontán al Mar

Recientemente se celebró en el Centro Cívico de Galizano, pedanía del municipio cántabro Ribamontán al Mar, con la presencia de la Consejera de Cultura del Gobierrno de Cantabria, Marina Lombó y del alcalde de Ribamontán al Mar Francisco Manuel Asón, una exposición del artista Oscar Vega que mostró un par de esculturas y una docena de óleos, la mayorIa de formato grande que llaman inmediatamente la atención por el lenguaje técnico utilizado en casi todos ellos, una paleta de óleo limitada casi exclusivamente al rojo, negro y blanco.

En muchos de sus cuadros aparecen símbolos de un mundo clásico expuestos en lenguaje gráfico posmoderno que nos interroga sobre su vigencia o su descomposición. La componente racional del mundo clásico, deformada por la mano de Vega, se mezcla en intencionada vorágine con deformados humanoides, seres que han adquirido, libres o inconscientes, unas formas que los alejan brutalmente del canon griego. ¿Es el caos mental y ético de la postmodernidad?

Oscar Vega parece respondernos, con la añoranza de un mundo distinto, renacentista, clásico, mediante su versión personal del famoso retrato del papa Inocencio X De Diego Velázquez.

Fragmento de la versión de Oscar Vega del famoso cuadro de Velázquez del Papa Inocencio X

Otra obra de pequeño tamaño, nos ofrece un rostro de mirada profunda que podría interpretarse como el de Cristo antes de su crucifixión, en el que puede verse la impronta de una humanidad doliente en un ser concreto, para unos un sufriente genérico y para otros un redentor divino.

La mujer cubierta de tiras de película nos remite no solo a otras actividades artística de Oscar Vega sino a esa superficialidad de celuloide que el actual mundo de la comunicación de masas difunde tan eficazmente entre aquellos cuyas herramientas de defensa se han embotado a causa de la tentación de ir con la corriente dominante de lo políticamente correcto o por haber sufrido una formación superficial que minó casi toda su capacidad de racionalidad crítica.

Algunos temas como el retrato del Rey Felipe VI, el Centro Botín a la orilla de la hermosa bahía santanderina o un grupo de vacunos, tan frecuentes en el paisaje de Cantabria y que ciertas mentes enfermizas querrían convertir en nuevas sagradas e intocables vacas, completaron la exposición de Oscar Vega.

CULPABLE: LA MINISTRA

«El Español» informó que en la reciente cumbre hispano italiana Sánchez-Conte confundió la bandera de Italia con la de Méjico. Aunque sea difícil, habrá que creérselo, pues dos horas después del error, Arancha González Laya se disculpó en Twitter: “Decididamente la noche ha sido corta y se nota; disculpas”. 

Bandera nacional de Mexico
Bandera nacional de Italia

El gobierno del frente popular sanchista comunista acusa a todo contrario de ser de derecha extrema; sin embargo, no reconoce mi admite que se califique su propio comportamiento de extrema izquierda. En sus filas cuenta con miembros peculiares, empleando una suave expresión..

Uno de los más visibles por razón del cargo es el titular del departamento de Asuntos Exteriores. La prensa insumisa airea supuestos sucedidos difíciles de creer. El  periódico digital El Español afirma que en la reciente cumbre hispano italiana Sánchez-Conte confundió la bandera de Italia con la de Méjico. Aunque sea difícil, habrá quecreérselo, pues dos horas después del error, Arancha González Laya se disculpó en Twitter: “Decididamente la noche ha sido corta y se nota; disculpas”.  A pesar de la oscuridad, un mínimo de práctica diplomática hace difícil  no ver al águila atrapando a la serpiente con el pico y la garra.

En las sociedades avanzadas se practica la responsabilidad del dirigente, quien debe estar alerta o ser debidamente asesorado para evitar burdos errores. Y a propósito de banderas, siempre he afirmado que si en una cancillería española en el extranjero ondeara la nuestra hecha girones o destrozada, o no respondiera a la vigente normativa, el culpable sería siempre el embajador. 

Recuerdo ahora una importante conferencia del OIEA Organismo Internacional de la Energía Atómica en el V.I.C Centro Internacional de Conferencias de Viena, en mis años (1986-2000) como embajador multilateral en Naciones Unidas y demás agencias con sede allí,  donde viví un hecho insólito. A fuer de experiencia y desconfianza suelo, solía pues ya aquello es para mí remoto pasado, fijarme en la presencia de nuestra insignia nacional en su debido lugar. Antes de entrar en el edificio comprobé con horror que la enseña rojigualda ostentaba el viejo aguilucho sanjuanista; y esto poco antes de la llegada del resto de la delegación española presidida por un ministro del gobierno. Con cara de pocos amigos exigí la comparecencia inmediata del director del V.I.C. y le  conminé a que izaran la bandera constitucional, con la amenaza de plantear para escándalo de Austria una cuestión de orden al inicio de la reunión, haciendo así oficial y pública nuestra protesta. Un tanto lívido acusó al servicio de protocolo, que es lo clásico, y a los cinco minutos procedieron a la requerida sustitución. La bandera con el actual escudo constitucional data de 1981. En la bronca privada, pues tuvo suerte y no llegó a ser abierta, subrayé que más de un lustro es suficiente para actualizarse. No sólo en España hay chapuceros. 

Sede y bandera del Organismo Internacional de Energía Atómica (Viena)

Y en relación con Austria y las banderas cuento otra aventurilla. Cuando llegué a Accrá en Ghana, África Occidental, mi primer nombramiento de embajador, conté por telegrama a mi ministerio que imaginé haber llegado no a la embajada del reino de España, sino a la de la república de Austria, tan descolorido estaba el amarillo que parecía blanco y el rojo mas muerto que vivo.  Arriamos la bandera, busqué otra de repuesto y pedí a Madrid varias que tardaron un siglo, pero llegaron al fin. Naturalmente si la bandera estaba hecha guiñapos,  la culpa recaía en el embajador, que era yo mismo.

Me cuentan que en Londres, con la que está cayendo en la pérfida Albión, el MAEC, Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación que además se llama de Unión Europa, es decir más nombre que contenido, se ha olvidado de prever la sustitución del embajador, lo que resulta difícil de admitir, pues el actual titular ha cumplido la edad de jubilación. A mi modesto nivel, como Embajador de España en Budapest Hungría, también me sucedió cuando pasé a la muerte administrativa, que intenté sin éxito retrasar en base a un dictamen de mi amigo Julio Diego González Campos, catedrático de Derecho Internacional y magistrado del Tribunal Constitucional. La superioridad dispuso un decreto para mi cese, al haber sido nombrado también por real decreto. En el caso del Reino Unido, la culpa de todo es de la ministra, distinguida funcionaria internacional pero sin práctica alguna de gobierno ni gestión administrativa. La prensa todavía independiente la ha culpado. Y si en niveles inferiores se les ha ido el asunto de las manos, también la culpa es de la ministra. La ministra es culpable.

Lo terrible para España y para nuestra honra histórica es el olvido de la permanente herida de la última colonia en suelo europeo, nido de traficantes, delincuentes económicos y contrabandistas, con la complicidad del Reino Unido. Muy triste es que no se aproveche la espantada británica de la Unión Europea para buscar una digna solución a la gran vergüenza. Gibraltar, Gibraltar, Culpables somos todos, pero en primer lugar la actual ministra del exterior. La ministra es culpable.

El ministro de Asuntos Exteriores Fernando Morán (1982-85) hace unas declaraciones en un sala del aeropuerto de Barajas

El tema del escalafón de la Carrera tampoco es baladí. En esta ventana al mundo ya he aireado hace poco esta mutilación de nuestra Carrera, al haberse suprimido la mención de sus componentes jubilados, aunque todavía en vida. La purga parece permanecer de momento. Ya hay antecedentes del primer gobierno del partido socialista obrero español, PSOE, en 1982, que redujo la edad de jubilación de los diplomáticos profesionales de setenta a sesenta y cinco años. Y aquel partido socialista dirigido por Felipe González Márquez tenía poco que ver con sus supuestos seguidores de hoy. Luego, cuando fueron envejeciendo sus militantes se volvió a la normativa anterior. Si el escalafón de hoy no publicado pero si en la red está mutilado, la última culpa también es de la ministra. Es ella quien ocupa la clave de la cúpula administrativa. La ministra es culpable.

En el capítulo de falsedades destacan las falsas embajadas de falsarios. Innecesarias, inútiles, contraproducentes y contrarias a la Constitución, al Reino, al Rey y a los españoles. La callada por respuesta del ministerio ante el independentismo enloquecido de golpistas y sediciosos obedece a un departamento anestesiado, a cuyo frente está la actual titular. La ministra es culpable.

Aunque no parezca conocer a los diplomáticos españoles, debería mostrarles un mínimo respeto y no caer en el intrusismo. Pocos ministros de exteriores de diversos gobiernos y épocas, ya fueran funcionarios, políticos, enchufados,apparachiks, o militantes fervorosos han sido capaces de mantener un servicio diplomático y consular con los miembros de la Carrera. Alguna prensa digital poco sanchista califica de nombramiento más sorprendente de este gobierno el de Angel Martin Peccis como nuevo embajador de España en Cuba. Es el quinto embajador político y se dice que, a diferencia de los otros cuatro, su único mérito es el de ser amigo y recomendado del ministro de Transportes José Luis Abalos, favorito del presidente, quien pidió a Arancha González Laya que le nombrara. Si no tiene otra valía y en un puesto tan delicado como La Habana crea ó no resuelve algún problema, la ministra será culpable.

Toda situación por mala que parezca es susceptible de empeorar. La continuidad de este gobierno Frankenstein, inevitable en el circo político de nuestra pobre patria, puede depararnos peores momentos. Pero las purgas no pasarán de ser nominales. Ejemplos no faltarían a los chavistas comunistas. En asuntos de interior, basta con ver la desastrosa gestión de la lucha contra la pandemia dirigida por Simón el falsario, Illa y su comité de expertos. 

En los asuntos exteriores cualquier catástrofe es imaginable en el universo mundo. De males mayores que los ya padecidos, Liberanos Domine.

Antonio ORTIZ GARCÍA, Embajador de España