La progresiva pérdida de su histórico ambiente y la explotación abusiva del visitante pueden acabar con la imagen idílica de Ibiza.

Las casualidades de la vida me arrojaron en Ibiza a mediados de los años 60. La intención de pasar unos días en Mallorca quedó frustrada en Valencia por falta de plaza en el barco de Palma y dispuesto con dos amigos a vacar donde fuera la oportunidad nos la ofreció el “JJ SISTER” un viejo barco de la Transmediterránea que durante toda una noche unía Valencia con Ibiza un par de días por semana. Barco histórico ya que en él hizo la travesía hasta Roma, en junio de 1946, san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, elevado a los altares por el papa Juan Pablo II en el año 2002. En los sesenta el JJ Sister, del que algún marinero afirmaba que sus mamparos eran ya solo pintura, se dirigía a esa poco conocida isla balear con su abigarrada carga de turistas. Muchos de ellos eran gentes del movimiento hippy que comenzó en Sausalito, delicioso pueblito frente a San Francisco a la vista del antiguo penal donde terminó sus días Al Capone. El viejo barco llevaba en su cubierta   unos cuantos coches, pequeños veleros y caravanas ya que eso de los “roll on-roll off” llegó a la compañía naviera unos años más tarde. La cubierta, con asientos de madera para los viajeros “menos favorecidos” tenía lonas laterales que no resguardaban gran cosa del frio de la noche mediterránea y los obligatorios botes salvavidas acogían, bajo su coberturas impermeables, a parejas algo furtivas que comenzaban allí a practicar sus ideales de hacer el amor y no la guerra.

En la cúspide de la colina en la que se asienta la ciudad una interesante catedral que se construyó poco después de ser reconquistada a los musulmanes. La belleza del conjunto de la bahía y la ciudad impresionaba aun más por la luz de la madrugada difuminada por la débil neblina.

No más de tres caminos asfaltados, que no carreteras, unían Vila, la ciudad de Ibiza con San Antonio, Portinatx y San José, mediante unos destartalados autobuses.

Algunos restaurantes del interior como “Es Porrons” ofrecían bajo los almendros, alumbradas con lámparas de acetileno, excelentes y asequibles cenas. En los alrededores de la cueva de “Es Culleram”, de difícil acceso, podías encontrar todavía restos cerámicos de las estatuillas de “Tanit” llevadas allí hacía más de mil años por devotos de la diosa.

El tipo desconocido y amable que al descender del barco se empeñó en introducirnos en los secretos de la isla, con espíritu de auténtico “connaisseur”, había ido a pasar un fin de semana y según confesó, sin contrición alguna, llevaba ya seis meses con grave deterioro de su carrera de medicina. Gracias a él supimos del único “camping” de la isla, en San Antonio, donde instalada la tienda, amigamos con dos pudientes francesas que en su fantástico Citroën 2CV nos pasearon por las más bellas calas de la isla. En esa semana pude comprobar que verdaderamente si el paraíso habría de tener alguna realidad material, el archipiélago de las Pitiusas podía muy bien ser una parte integrante del mismo.

Alrededor de la catedral y dentro de las murallas terminadas en tiempos de Felipe II, que junto a las de Malta son las únicas que quedan intactas en el Mediterráneo, se había quedado como petrificado Dalt Vila. Allí quedan construcciones de la época fenicia, romana, musulmana, catalano-aragonesa. Símbolo de universalidad, dos estatuas de época romana presiden la entrada de la muralla donde en el lema del dintel se lee “Philippo Rege Catholico et Invictissimo Hispaniarum Indiarum …”

David Morgan, marino británico que había recorrido muchas millas marinas patroneando veleros ajenos y llegado con lo puesto a Ibiza, consiguió manejar, casi en monopolio, el mercado ibicenco de barcos de recreo. En su goleta “Bárbara Jane”, navegando hacia Formentera, me dijo con convicción que el conjunto de las Pitiusas era lo más bello que había en el Mediterráneo occidental.

Hoy, después de cuarenta años o más de una historia de afecto hacia Ibiza y sus gentes, su paz y su belleza, contemplo con temor los signos de que una modernidad, mal entendida, está comenzando a dar al traste con esa rara y atractiva combinación de la creación divina y el espíritu humano.

Empedrados modernos de las calles de D’alt Vila, farolas postmodernas, autopistas de dobles direcciones construidas, se supone, para evitar atascos de tráfico que se producen un mes o dos al año como mucho, unen la ciudad con un aeropuerto convertido en uno de los de más tráfico de España y en el que, en los ochenta, despojábamos de sus excelentes cables un viejo DC3.

Un tremendo malecón casi apoyado en le faro de Botafoch, pervirtió la belleza de la entrada marítima a la ciudad. Pero eso si, ha permitido el atraque de esos espantosos cruceros consistentes en lujosos comederos permanentes para miles de turistas que, vomitados durante unas horas en la ciudad, nunca conocerán las verdaderas fiestas populares en las que los payeses, cuyos hijos ahora estudian en Madrid, Barcelona, Paris o Londres, siguen invitando a orelletes y licor de hierbas a todo el que quiera acompañarlos mientras las collas del pueblo bailan sus danzas ancestrales del cortejeo, el amor, o el matrimonio.

El “Prince Abdulaziz” con sus 140 metros de eslora y su perfil de yate que merecería un honroso desguace, ya no puede competir con otros barcos como el “Spirit of the C’s”, el “Tatoosh” o el “Regina de Italia”, de famosos modistos, empresarios, propietarios de pozos de petróleo o controladores del gas ruso. Cenas en las que un menú no baja de mil euros, reservas que hay que realizar desde el mes de mayo, toda la escala de famosas, famosillos y hasta notables representantes del seudo progrerío hispano disfrutando de sus chalés y casas payesas a precio de oro, fiestas de discotecas publicitadas en todo el mundo y el reflejo de todo eso un día tras otro en las revistas del corazón, programas de radio y televisión están dando de Ibiza una imagen que, pese a la temporalidad veraniega del fenómeno, se está convirtiendo en permanente.

Acabó el tiempo de el “JJ Sister” y “La Joven Dolores”, único barquito de unos 20 metros de eslora que unía Ibiza con Formentera. Hoy docenas de barcos verdaderos garajes flotantes, compiten en rapidez para traer a la isla miles de coches desde la península. La situación los meses de Julio, pero sobre todo agosto, ha hecho preguntarse a la prensa local si Ibiza está en puertas de morir de éxito.

Cerró la galería de la casa payesa “Can Daifa”. La sala de subastas de santa Gertrudis a pasado de manos inglesas a manos inglesas pero se mantiene. Tambien se mantiene el bar Anita en la curva de San carlos. De la invasión hippy quedan unas pocas reliquias de pelo blanco y mirada nostálgica. Hace años que Ivan Spence desapareció con su galería de D’alt Vila y Pinu Albanese dejó de trabajar con sus manos el barro ibicenco y de cocer en su horno maravillosas piezas de arte grecorromano.

La isla se va llenado de asfalto, de restaurantes prohibitivos, de precios abusivos, las multas de tráfico proliferan y Vila se ha convertido, salvo islotes aislados, en un conjunto de tiendas donde el Made in China se ve por todas partes y si no se huele.

Yo estoy pensando si me borro.

Publicado en www.hechosdehoy.com