La pasividad de Turquía ante el drama que se desarrolla en la localidad de Kobane en su frontera con Siria, es bastante elocuente. Mientras recibe miles de refugiados –no todos ellos kurdos- que huyen de la zona ocupada por el autodenominado Estado Islámico (EI), observa pacíficamente desde sus carros de combate apostados en la frontera, como los jihadistas del EI se van apoderando poco a poco pese a los bombardeos de la coalición, de la ciudad mártir después de haberse tragado materialmente cerca de setenta poblados antes de llegar a Kobane.

Las contradicciones que afectan a las políticas de intereses de los actores en la zona se acaban manifestando de forma inexorable.

Los turcos, a los que Obama pidió implicarse en la coalición anti jihadista, salvan la cara votando su parlamento una autorización al gobierno para intervenir en suelo sirio. Pero el primer ministro turco ya expuso las condiciones de una intervención turca contra el EI que implicaban el establecimiento de zonas de exclusión aérea en perjuicio de las acciones del gobierno sirio para librarse de la oposición armada. Condición inviable ya que dada la capacidad siria de defensa antiaérea y el apoyo de su aliado ruso, pondría aun en grave peligro los ya inestables equilibrios de la zona e influiría negativamente en las posibilidades de acuerdo con Rusia –aliada de Siria- para encauzar el conflicto de Ucrania.

Armar a los kurdos para aumentar su capacidad de autodefensa no interesa en absoluto a Turquía que teme se acabe volviendo contra ella al reforzar el peso de los miembros de su fuerte minoría kurda que intentan a toda costa penetrar en Kobane para ayudar a sus hermanos de Siria. Pero Turquía mientras impide que sus kurdos turcos pasen la frontera para luchar contra el EI, hace la vista gorda permitiendo que saudíes y jihadistas de toda procedencia, incluso europea, accedan a Siria a través de su frontera para unirse al Estado Islámico.

La política de Obama de promover la caída de gobiernos dictatoriales de Oriente Medio y “democratizar” el mundo musulmán lo que va de momento consiguiendo es fortalecer y extender lo más radical que ese mundo es capaz de producir en sus variadas interpretaciones del mensaje coránico. Los que pagan la factura son los cristianos de la zona que huyen masivamente para intentar salvar sus vidas.

Obama y la coalición internacional, necesitan del gobierno sirio, al que deseaba todavía hace poco tiempo derrocar, para combatir el EI ya que, si es efectivo el deseo de liquidar a EI y su cruel califato, se acabará necesitando pisar el terreno con combatientes y Obama no está, por una vuelta de los “boys” a la zona y menos en Siria. Así mientras aviones de Estados Unidos, Australia y Francia bombardean posiciones del EI, Assad hace lo mismo con sus opositores a los que apoya Obama. Voces autorizadas, como la de Ardavan Amir-Aslani -autor de “La Guerra de los dioses”, mantienen que las únicas fuerzas que sobre el terreno podrían batir al jihadismo sunita son los iraníes que ya han demostrado su capacidad de vencerlo.

Mientras tanto hay quienes opinan que Arabia Saudita y USA están coordinando sus políticas sobre el petróleo para mantener el precio del barril alrededor de 80 dólares erosionando la economías de Irán y Rusia, lo que podría tener, como segunda derivada, repercusiones sobre el conflicto de Siria y sobre el apoyo de Putin a los independentistas ucranianos. Pero una intervención iraní tendría como precio la disminución de la presión sobre ese país para mantener su programa nuclear en los límites de un asunto estrictamente energético.

Todo este galimatías medioriental me recuerda a algo que comentó una periodista libanesa amiga mía en Facebook cuando escribió; “si alguien te explica los conflictos del Medio Oriente y los entiendes es que no te los ha explicado bien”