No es infrecuente que se valore y se alabe alguna forma de violencia o de abuso hacia los más débiles, quizás con la excusa de promover la justicia. El hombre fuerte sería el que domina, el que vence, el nacido para triunfar. La misericordia quedaría entonces relegada para los débiles y timoratos. Sin embargo en el ejercicio de la misericordia brilla toda la fuerza de la virtud.

Esto se nos presenta claramente en los atributos divinos, pues Dios es a la vez omnipotente y misericordioso. «Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia»: “Las palabras de santo Tomás de Aquino muestran cuánto la misericordia divina no sea en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios” (PAPA FRANCISCO, Bula Misericordiae vultus , n. 6).

La liturgia de la Iglesia nos invita a implorar de Dios el poder de su misericordia: «Oh Dios que revelas tu omnipotencia sobre todo en la misericordia y el perdón»: “Dios será siempre para la humanidad como Aquel que está presente, cercano, providente, santo y misericordioso”. <Paciente y misericordioso> es el binomio que a menudo aparece en el Antiguo Testamento para describir la naturaleza de Dios. Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción”. (PAPA FRANCISCO, idem).

Los Salmos son una sentida expresión de confianza de los hijos de Dios en la misericordia divina. Desde el fondo de la indigencia humana se eleva la voz de la súplica: «Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de misericordia» (Sal 103, 3-4). Esa misericordia tiene manifestaciones muy concretas: «Él Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y levanta al caído; el Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados» (Sal 146, 7-9); «El Señor sana los corazones afligidos y les venda sus heridas […] El Señor sostiene a los humildes y humilla a los malvados hasta el polvo» (Sal 147, 3.6).

El Papa Francisco ha subrayado el carácter personal y concreto de la misericordia divina. “Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor <visceral>. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón” (PAPA FRANCISCO, idem).

La misericordia de Dios acompaña al amor divino, que es eterno. “<Eterna es su misericordia>: es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia de la revelación de Dios (…) Repetir continuamente <Eterna es su misericordia>, como lo hace el Salmo, parece un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre. No es casual que el pueblo de Israel haya querido integrar este Salmo, el grande hallel como es conocido, en las fiestas litúrgicas más importantes (PAPA FRANCISCO, idem, n. 7).

La misericordia de Dios hacia los hombres resplandece en los misterios de la Encarnación y de la Redención, y abarca con ello todos los tiempos y lugares. “Antes de la Pasión Jesús oró con este Salmo de la misericordia. Lo atestigua el evangelista Mateo cuando dice que «después de haber cantado el himno» (Mt 26, 30), Jesús con sus discípulos salieron hacia el Monte de los Olivos. Mientras instituía la Eucaristía, como memorial perenne de él y de su Pascua, puso simbólicamente este acto supremo de la Revelación a la luz de la misericordia. En este mismo horizonte de la misericordia, Jesús vivió su pasión y muerte, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz. Saber que Jesús mismo hizo oración con este Salmo, lo hace para nosotros los cristianos aún más importante y nos compromete a incorporar este estribillo en nuestra oración de alabanza cotidiana: <Eterna es su misericordia>» (PAPA FRANCISCO, idem).

 

(rafaelbalbin@yahoo.es)

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Acerca de Rafael María de Balbin

Rafael María de Balbín Behrmann es Sacerdote, Doctor en Filosofía por la Universidad Lateranense de Roma y Doctor en Derecho por la Universidad de Navarra. Ha dictado conferencias y cursos sobre temas de Filosofía, Teología y Derecho y ha escrito numerosos artículos en la prensa diaria de Venezuela. Ha sido Capellán del Liceo Los Robles (Maracaibo), de La Universidad del Zulia (Maracaibo) y de la Universidad Monteávila (Caracas) y Asesor del Concilio Plenario de Venezuela. Así como Director del Centro de Altos Estudios de la Universidad Monteávila.