Cuando Dios llevó a cabo la creación del mundo, éste no quedó plenamente acabado. Vivimos en un universo dinámico, en el que hay un perfeccionamiento gradual hasta alcanzar la perfección mayor a que Dios lo destinó. Los designios divinos para llevar la obra de la creación hacia su plenitud son llamados divina providencia: por ella Dios cuida de todas y cada una de sus criaturas: “Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza” (Salmo 115, 3).

Jesucristo, al revelarnos la paternidad divina, nos invitó a abandonarnos confiadamente en las manos de Dios: “No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber? (…). Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura” (Mateo 6, 31-33).

            En su sabiduría y poder, Dios ha querido hacer participar a las criaturas en la realización de sus designios. Con ello nos promueve, nos eleva y perfecciona. El hombre, con su trabajo somete y domina la tierra (cf. Génesis 1, 26-28), completando así la obra de la creación como causa inteligente y libre. Somos cooperadores libres de los planes de Dios merced a nuestras acciones, oraciones y sufrimientos. Dios ha querido nuestra colaboración en la realización de su providencia: “Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece” (Filipenses 2, 13). Hasta que podamos alcanzar nuestra salvación y felicidad con la gracia de Dios.

            Hay quienes ante la presencia terrible del mal en el mundo desconfían de la sabiduría, de la bondad o del poder divino. “Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa, no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal”(Catecismo de la Iglesia Católica, n. 309).

            Dios pudo muy bien crear un mundo en el que el mal no hubiera podido estar presente. Sin embargo prefirió en su sabiduría crear éste, en que se ha hecho presente elmal moral, el pecado, que entró al mundo por libres decisiones desviadas del ángel y del hombre: mal enormemente más grave que los males físicos, que aparecieron como consecuencia del desorden original: las enfermedades, las destrucciones, los sufrimientos. Dios permite los males con vistas al bien, tal como afirmó San Agustín: “Porque el Dios Todopoderoso (…), por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal” (Enchiridion 11, 3). Del mayor crimen que ha cometido la humanidad: la pasión y muerte del Hijo de Dios, sacó el máximo bien de la Redención, y de la glorificación de Cristo.

            Estamos en buenas manos; con tal de que procuremos vivir como buenos hijos de Dios: “Todo coopera al bien de los que aman a Dios” (Romanos 2, 28). Él cuida de nosotros con su providencia. “Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios «cara a cara» (1 Corintios 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf. Génesis 2, 2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra” (Catecismo…, n. 314).

Rafael María  de Balbín (rbalbin19@gmail.com)

Foto del avatar

Acerca de Rafael María de Balbin

Rafael María de Balbín Behrmann es Sacerdote, Doctor en Filosofía por la Universidad Lateranense de Roma y Doctor en Derecho por la Universidad de Navarra. Ha dictado conferencias y cursos sobre temas de Filosofía, Teología y Derecho y ha escrito numerosos artículos en la prensa diaria de Venezuela. Ha sido Capellán del Liceo Los Robles (Maracaibo), de La Universidad del Zulia (Maracaibo) y de la Universidad Monteávila (Caracas) y Asesor del Concilio Plenario de Venezuela. Así como Director del Centro de Altos Estudios de la Universidad Monteávila.