La  última guerra civil, la cuarta desde la expulsión de los franceses, es una enorme tragedia, cuyos efectos todavía sufrimos los españoles.

Dada mi provecta edad, puedo recordar las variadas manifestaciones callejeras durante el franquismo. Son diferentes de las que aparecen en Telesánchez, al dictado de las consignas de los asesores de imagen del gobierno de coalición del nuevo frente popular, y siguiendo la normativa de la mal llamada memoria histórica, más bien desmemoria. 

Los jóvenes de hoy, si vieren la TVE, llegarían a creer que la segunda República fue un  régimen de grandes éxitos políticos, sociales y económicos, superó al fascismo y triunfó tras el golpe de 1936. La  última guerra civil, la cuarta desde la expulsión de los franceses, es una enorme tragedia, cuyos efectos todavía sufrimos los españoles.

Mi infancia, mi juventud y mi primera madurez transcurrieron durante la dictadura, cuyos últimos meses alcancé a ver en Madrid, a donde conseguí regresar de mi destino cesando en Francia el dos de mayo de 1975, fecha muy adecuada para despedirme de la vecina República. Insistí mucho a mis superiores del Ministerio de Asuntos Exteriores para volver, pues estaba convencido de que iba a pasar algo importante en breve. Y en efecto, pude asistir en primera fila –en cumplimiento de mis obligaciones profesionales-  al entierro del General Francisco Franco, con la asistencia de Pinochet y algún otro dirigente del estilo. 

Desde mi vuelta a la patria, inicié una columna de reflexiones políticas en el semanario EL EUROPEO, que aspiraba a ser un modestísimo  TIME, como ansiábamos su editor y el equipo de redacción. Firmaba con un pseudónimo algo críptico 36 + 39 = 75, que permitía diversas cábalas. En las tambaleantes estructuras de nuestro régimen totalitario de vía ya muy estrecha, mi ministerio no permitía en teoría fantasías liberales ni participación en críticas de imprenta. Luego continuó la epopeya de la transición democrática… y no debo irme ahora por las ramas.

Pero en esta ventana al mundo iba a contar mis recuerdos de los españoles, muchos españoles, manifestándose en calles y plazas y escandando antes de algún referéndum FRANCO SI, COMUNINISMO NO, FRANCO SI COMUNISMO NO, en concentraciones de autobús y bocadillo,  que daban muy bien en la televisión del régimen (siempre lo ha sido). 

Ya en el 54 y 55 cambiaron las consignas; GIBRALTAR ESPAÑOL, que derivaban en LIBERTAD, ELECCIONES y otros gritos que nos forzaban a correr delante de “los grises”  por la calle de San Bernardo al salir de la Facultad de Derecho, que se trasladó a toda prisa a la ciudad universitaria aquel año. 

La Universidad Central en la calle de san Bernardo

Desde entonces y hasta 1967, cuando salí de España hacia mi primer destino diplomático en la Republica Dominicana, del Caribe la más bella, como decían los merengues con toda razón, vi y oí, y a veces también corrí, gritos muy variados gritos desde ELECCIONES YA,  AMNISTIA, y muchos de FUERA FUERA,  LIBERTAD,. tal como ahora pero sin repique de cacerolas golpeadas, que debe ser una importación de Argentina. 

En los tiempos de la nueva peste y con el arresto domiciliario que se espera prorrogar al máximo para evitar concentraciones masivas (como ya hubo el pasado 8 de marzo), más de uno teme que con las medidas de reducción del turismo y de muchas actividades económicas se llegue al objetivo encubierto de destrucción del capitalismo y de los capitalistas.

Por mi experiencia del socialismo real (reel exisirinde socialismus) sé que para la construcción del socialismo el primer paso es la destrucción del capitalismo. Mis cuatro años, 1968-1972, en el paraíso marxista-leninista de Ceausescu, el genio de los Cárpatos, el hijo más amado del pueblo y otros elogios que dejan chico al centinela de occidente, me inocularon una duradera inmunización de anticomunismo. Recibí una segunda dosis de vacuna en la Republica Democrática Alemana en 1976, confirmada por cuatro años entre 1984 al 88, rodeado por el muro de Berlín, frontera de defensa antifascista en la terminología del antiguo sector soviético. 

Al ver lo que ahora vivo, pienso que esta vacuna no sirve para nada útil y pido al cielo que se descubra pronto y con eficacia la que todo el  mundo necesita.

Todos estos días, cerca de mi casa en Madrid, y cada vez en más en otros barrios de la capital escucho a gentes de toda edad que piden libertad y dimisión. Quizás alguno piense que los comunistas con los nuevos socialistas, más bien “sanchistas”, que forman la coalición de gobierno contra la que protestan, van a acabar con la actual monarquía parlamentaria y el régimen democrático que disfrutamos en la Unión Europea, que también se ve atacada por chalecos amarillos, partidarios del BREXIT,  izquierdistas extremos,  anarquistas, chavistas venezolanos, revolucionarios a la cubana, peronistas golpistas y demás canalla.

Estamos todavía muy lejos, no creo que lleguemos, pero hay ya un cierto tufillo y un humo lejano de quema de ideas y teorías, no creo que de conventos, como alguien que trona contra la Iglesia soñaría. 

Creo que sólo hay dos clases de comunistas: unos como el fallecido Julio Anguita, (RIP)  “dogmático incuestionable, orgulloso e iluminado por el halo de la utopía”,  como dice el más certero comentarista del reino, Ignacio Camacho en ABC. De esta clase no vi a ninguno en Rumanía, mi “paraíso de la clase obrera, campesina e intelectual” que yo viví durante cuatro años.

Alguno si encontré, pero fuera del telón de acero. Los otros, la mayoría, eran aprovechados y caraduras, aparachiks como mucha clase política profesional de hoy y aquí, que vivían a lo grande y disfrutaban de sus cortijos de esclavos sometidos. Estos son los que en España asustan a los manifestantes de las caceroladas.

Yo no quiero salir a golpear las señales de tráfico con palos de golf, ni machacar cacerolas, aunque sea con cucharas de plata, pero tampoco deseo vivir en ningún país sin libertades semejante a Cuba,  Nicaragua, Venezuela o Corea del Norte. 

Por eso seguiré diciendo todo lo alto que pueda y en todos los foros posibles  LIBERTAD SI, COMUNISMO NO, LIBERTAD SI COMUNISMO NO.

Y  salud, paz y bien para todos los supervivientes. Que los fallecidos por la pandemia y otras causas inconfesables descansen en paz. Mi más sentido pésame a sus deudos, familiares y amigos entre los que me cuento.

Antonio ORTIZ GARCIA. Embajador de España

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Acerca de Antonio Ortiz García

Antonio Ortiz García es Embajador de España. Tras diez años de docencia en la Complutense, sirvió a España como diplomático en Iberoamérica, Europa y África y en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Ha ocupado entre otros puestos los de cónsul en Metz, Berlín y Toulouse y embajador en Ghana y Togo, Rumanía, Organismos Internacionales en Viena y Hungría. Es Doctor Honoris causa por la Universidad de Craiova (Rumanía).