En estos difíciles tiempos no es aconsejable hacer calificaciones. Todos los muertos son iguales, y una vida humana es el mayor de los valores. Un familiar o un amigo que se  va, aunque su recuerdo perviva mientras sigamos en este mundo, es una pérdida irreparable.

Mi condolencia, que por desgracia he tenido que transmitir estas últimas semanas a familiares y deudos de buenos y viejos amigos, se extiende ahora a través de esta ventana a cuantos hayan sufrido una muerte cercana.

No quisiera ofender a mis conciudadanos, pero si deseo expresar también condolencias a los amantes de la lectura y del intercambio de ideas y pensamientos por la desaparición inesperada de una admirable librería. Aunque debo añadir que para mi todas lo son especialmente en la era de la tableta informática, el teléfono celular y demás sucedáneos de la reposada atención a la palabra escrita, hoy sobre papel, ayer en variados soportes. En la biblioteca de Alejandría, cuya sucesora amparada por la UNESCO (organización en la que creo poco al haberla vivido por lo de Roma veduta, fede perduta,) tiene un interesante museo, que presenta  la escritura, sus instrumentos y sus apoyaturas: desde la losa de piedra, la tablilla de arcilla y el papiro hasta el pergamino y el papel. También en nuestra Biblioteca Nacional existe  una admirable exposición similar, pero de menor extensión y piezas que la de la gran ciudad portuaria egipcia, sede de  una de las maravillas del mundo antiguo.

Mi villa recuperada, Madrid, donde resido tras retirarme de la vida laboral y de mi añorado último puesto profesional en 2006, es teatro de mi callejeo; todo esto, antes de la reclusión forzosa y forzada por retrasos e incompetencias. Pero ahora no insistiré.

En mis paseos urbanos pasaba con frecuencia por la calle de Gurtubay, una de las más cortas de la ciudad, entre las de Velázquez y Lagasca. Allí vivía Don Fernando María Castiella. Al asomarme a esta ventana, menciono a su hija Begoña, periodista que ejerce en Atenas la corresponsalía de ABC. Castiella fue digno Ministro de Asuntos Exteriores, aspiraba a que España estuviera en el mundo a pesar de los pecados de la dictadura franquista; apreció y dirigió a una profesión sumisa y vocacional consagrada al servicio del Reino y peleó incansablemente por la españolidad de Gibraltar contra la pérfida Albión. Muy olvidada está nuestra permanente herida histórica. La verdadera reivindicación de la memoria histórica debería ser la de no olvidarla. 

Guardo su regalo de boda que recibí al poco de mi ingreso en la Carrera Diplomática. Es una bandeja de plata como de una cuarta, firmada al dorso, sobre cuatro bolitas y con un delicado esmalte con la fachada del Palacio de Santa Cruz, antigua cárcel de Corte, luego Ministerio de Ultramar y más tarde sede hasta hoy del de Asuntos Exteriores. 

Hay, había, en el número 6 de la calle una tienda de libros con variada oferta y actividad cultural en torno a poesía, cine y variados temas literarios. Allí asistí a alguna presentación de nuevas ediciones. Tenían una página en la red que avisaba a amigos y clientes de su múltiple oferta. Las jóvenes libreras derrochaban simpatía y amabilidad; agradecían visitas y comentarios. En la cercanía del Retiro, la  librería Los editores era otro remanso de paz y  naturalidad, casi naturaleza, intelectual.

Recibo ahora un mensaje por correo electrónico avisándome de su cierre. Mi contacto fue siempre superficial y mis visitas ocasionales. Me siento libre de mencionar aquí mi tristeza al leer  la comunicación el cierre definitivo de la querida librería “los editores”, dadas las circunstancias, y los motivos fáciles de imaginar. Dan las gracias a sus clientes y amigos por estos años maravillosos que hemos compartido.

Con la que está cayendo, parecerá nimio y frívolo dolerse de un desastre económico más, víctima de la pandemia. Pero en un sector tan importante para España como el del libro –no sabemos todavía si habrá Feria en Madrid; en Barcelona ya se ha aplazado- es triste presenciar la defunción de una librería, actividad de riesgo que aunque no salva personas puede curar mentes.

Soñemos con la resurrección y anhelemos para todos la vuelta a la calle, al paseo, y al tacto del papel. Gracias amables libreras. Salud, suerte y esperanza. Espero que vuestro anónimo admirador acuda a la reapertura.

Antonio ORTIZ GARCÍA. Embajador de España

Madrid, 23 de abril de 2020, día de Cervantes

Foto del avatar

Acerca de Antonio Ortiz García

Antonio Ortiz García es Embajador de España. Tras diez años de docencia en la Complutense, sirvió a España como diplomático en Iberoamérica, Europa y África y en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Ha ocupado entre otros puestos los de cónsul en Metz, Berlín y Toulouse y embajador en Ghana y Togo, Rumanía, Organismos Internacionales en Viena y Hungría. Es Doctor Honoris causa por la Universidad de Craiova (Rumanía).