Son las tres y media y luce el sol de la tarde. A estas horas discretas se oye el ronroneo de un camión que va deteniéndose. Me sorprende que lleguen justo el mismo día en el que el estado de alarma se prolonga por primera vez otros quince más.

No es normal que aparquen frente a una sala de exposiciones ahora que están todas cerradas por decreto. Mi sorpresa aumenta cuando oigo que se acerca y va deteniéndose, junto al recién llegado, un segundo camión. Me asomo a la ventana. Compruebo que se trata de dos grandes vehículos cerrados en cuyo dorsal se lee en grandes y preciosistas letras la P. Fioradella S.L..

Martirio de San Andrés, por Rubens (Detalle)

Se instalan en el espacio reservado, no se sabe por qué, a la Fundación Carlos de Amberes. Desde finales del siglo XVI, fue un convento que sirvió de refugio de peregrinos belgas. Se llamaba San Andrés de los Flamencos. En él se resguarda desde tiempo el cuadro del Martirio de San Andrés, de Rubens, joya pictórica del flamenco. El óleo de amplias dimensiones está situado en el altar mayor de la iglesia. En realidad, fue iglesia durante medio milenio, pero actualmente es una sala de exposiciones. Figura como institución privada, pero está subvencionada por la embajada belga. La dirige Miguel Ángel Aguilar, un periodista conocido de la Sexta compañía. A él se debe la reforma interior de la estancia religiosa reconstruidda en el siglo XIX. Decapitaron la cruz exterior que presidía el edificio, templo sacro durante medio milenio. La vieja y perdurable leyenda del hospital que recorría el dintel del frontispicio de la larga fachada neoclásica, ha sido sustituida por la de Fundación Cultural Carlos de Amberes. Evidentemente ya no es lo que fue, un sanatorio para acoger a peregrinos, ni sirve para lo que sirvió, de hospedaje para los peregrinos necesitados.

Fachada de la Fundación Cultural Carlos de Amberes

Se abre la puerta trasera de los camiones. Salen a la calle, protegidas por mascarillas y guantes, cuatro o cinco personas. Se abre la puerta primera de las tres que comunica el recinto con la calle. No la principal, ni la de la izquierda que da a las oficinas. Esta puerta da a un pasillo lateral por el que se accede al patio interior situado tras la iglesia. Espero curioso, a ver cuál es el motivo para vulnerar las disposiciones decretadas. Quiero pensar correctamente y encontrar una utilidad que justifique el quebrantamiento del decreto en el día de su prórroga oficial.

Animado, pensé que podría traer material sanitario, por ejemplo, camillas o útiles para atender a enfermos del vecindario, que no pueden alojarse en clínicas o sanatorios convertidos ya en centros de riesgo. Se les podría aplicar aquí el test que diagnostique el contagio, recibir algún cuidado o una prestación de auxilio. Conozco muchos casos que están en la vecindad en forzosa cuarentena, por prevención o por contagio, que no ha sido confirmado porque no pueden acudir a esos recintos.

Pero no. El que fue hospital de San Andrés de los Flamencos no vuelve para dignificar sus funciones culturales y recuperar transitoriamente su secular tradición de servir como centro hospitalario. Mi esperanza se desvanece y torna en indignación. Los camiones van llenándose de centros de flores agostadas traídos hace un par de semanas para celebrar algún suntuoso festejo en sus dependencias de alquiler. Toda la urgencia queda concentrada en el traslado, desde el interior, de las macetas que se van colocando durante media hora en los camiones. Ocupan el espacio público de estacionamiento que el Ayuntamiento ha reservado a la apremiante labor de la Fundación. En la práctica, es de uso privilegiado de los directivos de una institución privada que solo lo utiliza en dos o tres ocasiones al año con objeto de depositar obras de arte. Los dos camiones encienden sus contactos para salir de nuevo. En acera y calzada quedan regueros de flores caducas y restos de tiestos y de barro. Me temo lo peor. En honor de la verdad mi alarma no queda del todo confirmada. Con mascarilla y guantes alguien barre los restos y los deposita no se sabe dónde. Quedan los restos, pero no regresa para descontaminar con lejía o fumigar ese espacio posiblemente contaminado. A quién pase por aquí habrá que recomendarle que deje sus zapatos en la puerta y calce otros de repuesto si los lleva.