Impresionado y con gran emoción escribo estas líneas al llegarme hoy, veinte de mayo, la noticia del fallecimiento de un querido compañero de colegio, jesuita Prepósito General de la Compañía de Jesús de enero del 2008 a octubre de 2016.
Adolfo Nicolás Pachón fue muchas cosas. Sobre todo un hombre de bien, con tanta inteligencia como bondad. Afectuoso, dialogante, optimista, con mente ordenada y capacidad de gran dirigente de personas y creo también de almas. Ocupó en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana uno de los puestos más importantes, siempre respetado pero criticado y atacado igualmente. Desde enero de 2008 hasta octubre del 16 fue el famoso PAPA NEGRO, cómo en la terminología de los vaticanistas (yo no lo soy ni pretendo serlo nunca) se califica al Prepósito General de la Compañía de Jesús.
Fundador sois Ignacio y general de la compañía real que Jesús con su nombre distinguió, cantábamos todos en el Colegio de la Inmaculada y San Pedro Claver, conocido como ARENEROS por ser la cuesta madrileña por donde pasaban las acémilas que subían del río Manzanares cargadas con materiales de construcción para ampliar la ciudad. El Colegio de Areneros, en la calle de Alberto Aguilera 23, es hoy sede de parte de la Universidad Pontificia de Comillas, su lugar de origen y cuna de mi mujer y madre de mis cuatro hijos.
Habrá ríos de tinta y electrodos, papel y pantalla, sobre Adolfo, su vida, su historia, y espero que milagros. Este modesto pecador sólo quiere contar nuestra relación, mía y de mis condiscípulos, con Adolfo, desde el colegio y después.
Nuestra promoción –Areneros 1953- se reunía mensualmente (antes de la reclusión domiciliaria) para almorzar, más regular que bien, pero sobre todo para charlar, siempre muy bien y con resultado enriquecedor. En toda esta época tuvimos mucha relación con nuestro ilustre compañero Adolfo e, incluso tras su elección al Generalato de la Compañía, contábamos con el privilegio de un correo que leía personalmente.
Me uní al grupo, ahora cada vez menor, a mi regreso a España en el 2006, poco después de nuestro medio siglo de A53. El quórum de nuestras reuniones podía llegar a la quincena; los asistentes habían seguido diversas carreras; nos juntábamos un anterior embajador ante la Santa Sede, un editor de textos, un directivo de Telefónica, ingenieros varios, un administrador de loterías, un naviero, un marino de guerra, un piloto de aviones, un par de militares, un procurador, abogados, empresarios, economistas y profesores, un jesuita en ejercicio y otro ex, médicos de alto nivel, dos eminencias en cardiólogía y otorrinolaringólogía…La conversación era apasionante y variadísima; uno de los temas reiterados era Adolfo.
Poco después de su elección fuimos a Roma y nos reservó todo un día para estar con él en la Casa Generalizia, en Borgo Santo Espíritu, muy cerca de la Plaza de San Pedro. El privilegio era similar a una audiencia de diez horas con el Santo Padre (il Papa nero en nuestro caso) incluida Misa y almuerzo. Guardaremos vivos los recuerdos el resto de nuestros días.
Tratamos todos los temas imaginables; sus conversaciones y reuniones con el otro gran jesuita el Romano Pontífice, el futuro de la Iglesia, la Compañía de Jesús, la presencia de ambas en África, la ratio studioriorum de los seguidores de Loyola, sus colegios y universidades, extremo oriente y la vida de San Francisco Javier y la actualidad del Japón imperio que tanto amaba, y cuya lengua como el Padre Arrupe, también aprendió y practicó hasta su fallecimiento en Tokio. No faltaron comentarios personales y familiares, recuerdos de infancia, de estudios y sobre nuestras variadas profesiones.
No debo abusar de la ventana al mundo, pero no me resisto a contar que subimos a la terraza de la casa para divisar la misma vista que tenemos en nuestra portada. El Padre Nicolás, que era ya setentón como sus compañeros allí reunidos, subía siempre andando, o corriendo, las escaleras de su residencia.
Almorzamos en el autoservicio del cercano hospicio de peregrinos. Como no queríamos perder ripio de su apasionante charla, le pedimos que no se levantara a hacer la cola; nos dijo ¡tráeme lo que quieras!; le llevé un plato de diversas verduras a la plancha, muy gustosas por cierto.
De toda la visita a la Curia jesuítica la cumbre fue el recorrido por la biblioteca., que guarda tesoros para los investigadores, por las cartas de los misioneros. Práctica desde el siglo XVII era hacer siempre un resumen de cada misiva para el General y un colofón con lo que de verdad pedía el remitente.
Magnífico final fue la terraza para la vista del Vaticano y las entrañables fotos que guardamos todos y que se plasmaron en un número extra del «MOLA», revista fotográfica y digital que confecciona un compañero nuestro gran informático.
Nos hemos reunidos más veces y siempre con satisfacción y emotividad. Ahora, en la última parte del camino al decirle a Adolfo, ejemplo, compañero y amigo descansa en paz, podemos pensar en repetir para pronto Padre Adolfo Nicolás S.J. ora pro nobis.
Antonio ORTIZ GARCIA Embajador de España