LAS PERSONAS NO DEBEN SER VICTIMAS DE LA GLOBALIZACIÓN

Las personas deben ser protagonistas de la globalización, no sus víctimas. Es la gran  ocasión para redistribuir la riqueza a escala planetaria, corrigiendo las disfunciones, y no para incrementar la pobreza y la desigualdad.

Almacén de un Banco de Alimentos con productos listos para ser donados gratuitamente

“La caridad en la verdad pone al hombre ante la sorprendente experiencia del don”. Así se expresa el Papa Benedicto XVI en su Encíclica Caritas in veritate (n. 34) Allí se habla del valor de la gratuidad, distinto de la productividad y de la utilidad: “El ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente”. Los hombres nacen y viven en estrecha relación con los demás, a quienes necesitan y a la vez necesitan de ellos.

            El egoísmo, herencia en los hombres del pecado original, cierra los propios horizontes. Ignorarlo es ingenuidad y apoyar en el aire las construcciones educativas, políticas, culturales y sociales. Como dijo Chesterton, el pecado original es el único dogma cristiano comprobable experimentalmente. Su influjo en el mundo de la Economía es evidente, cuando se confunde la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar social, cuando se reclama una autonomía económica sin injerencias morales: business is business. Por esa vía se tiraniza a la libertad de las personas y no se asegura la justicia.

 Hay una lógica del don

 Hay una lógica del don, que no excluye la justicia sino que la supera: “el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad” (Ibidem). Los requerimientos de la justicia no son suficientes: no basta con dar a cada uno lo suyo (que no es poco). Hace falta también la solidaridad. “Sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado, y esta pérdida de confianza es algo realmente grave” (Ibidem, n.35). Los pobres no son un fardo para los ricos, ni los problemas sociales se resuelvan con una lógica puramente mercantil.

            La actividad económica debe estar orientada hacia el bien común, de modo que el mercado no facilite  que el pez grande se coma al chico. El egoísmo perjudica también la Economía y las finanzas. “El sector económico no es éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, deber ser articulada e institucionalizada éticamente” (Ibidem, n. 36) La obtención de recursos, la financiación, la producción, el consumo, tienen necesariamente implicaciones morales; “toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral” (Ibidem, n. 37).

Voluntarios del Banco de Alimentos de Madrid

            Benedicto XVI ha señalado la gran conveniencia de que en la vida económica haya también  actores que no actúen por el solo beneficio sino también por un afán solidario. Junto a las actuaciones del Mercado y del Estado está presente también la Sociedad civil, que es el ámbito más apropiado para una economía de la gratuidad y de la fraternidad. No bastan la lógica del Estado (dar por deber) ni la lógica del Mercado (dar para tener). El mercado y la política tienen necesidad de personas abiertas al don solidario.

  Solidaridad internacional

 La actividad económica se caracteriza por ser cada vez más global y movible, tanto en lo referente a la producción y al consumo como a las condiciones laborales. La responsabilidad social es tan  amplia como el ámbito humano al que llega la actividad. El empleo de recursos financieros no debe estar motivado por la especulación ni por el solo beneficio inmediato. Debe ser un servicio a la economía real y a la iniciativa económica a favor de los países en desarrollo. Una ayuda internacional solidaria no deber ser sólo una dádiva ocasional, sino una ayuda para solucionar problemas económicos y para consolidar sistemas constitucionales, jurídicos y administrativos.

Shanghai de 1990 a 2008, paradigma de la globalización

            La globalización no es efecto de fuerzas anónimas e impersonales, o de estructuras misteriosas, sino de un conjunto de voluntades humanas, de diversas corrientes culturales. El criterio ético fundamental debe ser la unidad de la familia humana y su progreso en el bien. Las personas deben ser protagonistas de la globalización, no sus víctimas. Es la gran  ocasión para redistribuir la riqueza a escala planetaria, corrigiendo las disfunciones, y no para incrementar la pobreza y la desigualdad.

Rafael María de Balbín (rbalbin19@gmail.com)

TRANSHUMANISMO, LA CREACIÓN DEL HOMBRE PERFECTO Y ETERNO

El transhumanismo es la pretensión de, mediante las nuevas tecnologías aplicadas a la transformación de seres humanos, alcanzar la nueva utopía de crear un tipo de superhombre que traspase los límites de la naturaleza humana. ¿Será la versión nueva de la vieja tentación, «seréis como dioses»?

¿Alcanzará el hombre contemporáneo a romper con lo que le une a su propia naturaleza?

En algunos ambientes culturales se está proponiendo, con seriedad, una nueva utopía: la búsqueda de un hombre perfecto y eterno: “La revolución de hoy en día tiene un nombre: la humanidad aumentada o transhumanismo. Los medios de que se vale son las nanotecnologías, las biotecnologías, las tecnologías de la información y las ciencias cognitivas (NBIC). Su objetivo consiste en traspasar los límites de la humanidad y crear un superhombre. Este proyecto teórico va camino de convertirse en una realidad. Es el punto final del proceso de autorrechazo y de odio a su propia naturaleza que caracteriza al hombre moderno: un hombre que se odia hasta tal punto que quiere reinventarse, corriendo así el grave peligro de desfigurarse irremediablemente. Cualquier hombre sensato debería echarse a temblar ante esta perspectiva. De hecho, muchos evidencian un hondo desconcierto. Se ha afirmado que la libertad humana es un absoluto. Se ha rechazado al Creador. Se ha despreciado hasta la noción de naturaleza. ¿Qué nos queda?” (CARD. ROBERT SARAHSe hace tarde y anochece, cap. v: El odio al hombre).

En un discurso ante el Parlamento alemán, Benedicto XVI pronunció unas palabras proféticas que resuenan como una advertencia, humilde y solemne a la vez, dirigida a toda la humanidad: «Donde la razón positivista es considerada como la única cultura suficiente, relegando todas las demás realidades culturales a la condición de subculturas, esta reduce al hombre, más todavía, amenaza su humanidad […]. La razón positivista, que se presenta de modo exclusivo y que no es capaz de percibir nada más que aquello que es funcional, se parece a los edificios de cemento armado sin ventanas, en los que logramos el clima y la luz por nosotros mismos, sin querer recibir ya ambas cosas del gran mundo de Dios […]. Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo>>.

Relación con la realidad

Y el Papa Benedicto se preguntaba a continuación:

<<Pero ¿cómo se lleva a cabo esto? ¿Cómo encontramos la entrada en la inmensidad, o la globalidad? ¿Cómo puede la razón volver a encontrar su grandeza sin deslizarse en lo irracional? ¿Cómo puede la naturaleza aparecer nuevamente en su profundidad, con sus exigencias y con sus indicaciones? […]. Cuando en nuestra relación con la realidad hay algo que no funciona, entonces debemos reflexionar todos seriamente sobre el conjunto, y todos estamos invitados a volver sobre la cuestión de los fundamentos de nuestra propia cultura. Permitidme detenerme todavía un momento sobre este punto. La importancia de la ecología es hoy indiscutible. Debemos escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él coherentemente. Sin embargo, quisiera afrontar seriamente un punto que —me parece— se ha olvidado tanto hoy como ayer: hay también una ecología del hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo. El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza, la escucha, y cuando se acepta como lo que es, y admite que no se ha creado a sí mismo. Así, y solo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana […]. La naturaleza solo podría contener en sí normas si una voluntad hubiese puesto estas normas en ella […]. Esto supondría un Dios creador, cuya voluntad se ha insertado en la naturaleza […]. ¿Carece verdaderamente de sentido reflexionar sobre si la razón objetiva que se manifiesta en la naturaleza no presupone una razón creativa, un Creator Spiritus?».

El final de un ciclo

Son preguntas que requieren una seria respuesta. ¿Hacia dónde se encamina la humanidad en estos comienzos del siglo XXI? He aquí una fundamentada respuesta: “Estamos llegando al final de un ciclo. La cuestión del transhumanismo nos enfrenta a la elección de una civilización. Podemos continuar en la misma dirección, pero entonces corremos el riesgo de renunciar literalmente a nuestra humanidad. Si queremos seguir siendo humanos, debemos aceptar nuestra naturaleza de criaturas y volvernos de nuevo hacia el Creador. El mundo ha elegido organizarse sin Dios, vivir sin Dios, pensar sin Dios. Está viviendo una experiencia terrible: donde Dios no está, está el infierno. ¿Qué es el infierno sino la ausencia de Dios? La ideología transhumanista lo ilustra a la perfección. Sin Dios solo queda lo que no es humano, lo poshumano. Ahora más que nunca la alternativa es clara: ¡Dios o nada!” (CARD. ROBERT SARAH. Se hace tarde y anochece, cap. v: El odio al hombre).

Recordemos la advertencia de San Juan Pablo II en la Encíclica Fides et ratio: «Algunos científicos, conscientes de las potencialidades inherentes al progreso técnico, parece que ceden no solo a la lógica del mercado, sino también a la tentación de un poder demiúrgico sobre la naturaleza y sobre el ser humano mismo».

Unas preguntas de fondo

Parece oportuno hacerse algunas preguntas de fondo: “¿Quién decidirá si este o aquel es suficientemente eficaz o si debe ser aumentado? ¿No pretenderá el transhumanismo crear una raza de amos y señores? Son preguntas terroríficas que hielan la sangre. La horrible experiencia de las barbaries asesinas del siglo XX debería servirnos de lección” (CARD. ROBERT SARAH. Se hace tarde y anochece, cap. v: El odio al hombre).

Pareciera que algunos pretenden promocionar o ser ellos mismos, un fantástico superman, un meta-ser-humano, ajeno a todas las limitaciones: “El sueño prometeico de una vida infinita, de un poder infinito, es un señuelo, una tentación diabólica. El transhumanismo nos promete convertirnos «exactamente» en dioses. Esta utopía es una de las más peligrosas de toda la historia de la humanidad: nunca ha sido mayor el deseo de la criatura de alejarse definitivamente del Padre. Las palabras de Nietzsche en La gaya ciencia se hacen realidad: «¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! […]. Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos […]. ¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para nosotros? ¿No tendremos que volvernos nosotros mismos dioses?» (Ibid.).

Nostalgia del paraíso perdido

Delirios de grandeza, sin mayor fundamento: “Paradójicamente, esta locura es expresión de la trágica nostalgia de un paraíso perdido. Antes del pecado original el hombre no iba a conocer la muerte y habitar eternamente junto a Dios; y es como si quisiera recuperar con sus propias fuerzas el bien que perdió por su culpa. En lo más hondo de nosotros sabemos que la muerte y el sufrimiento no pueden tener la última palabra. Sentimos en nuestro interior la llamada de la eternidad y del infinito. De ahí que el hombre, en virtud de su naturaleza humana, no pueda dejar de ser una criatura a una distancia infinita del Creador. Con sus solas fuerzas humanas no logrará nunca unirse a Dios, elevarse hasta Él y vivir su vida. El hombre solo puede vivir la vida de Dios —lo que llamamos la gracia santificante— si Él se la concede como un don enteramente gratuito. El hombre no tiene ningún derecho a él, porque es pura gratuidad de amor por parte de Dios y supera infinitamente todas las posibilidades de la naturaleza humana” (Ibid).

Necesitamos una genuina humildad. Es preciso reconocer, a la vez, nuestra pequeñez y nuestra grandeza: “El hombre es esencialmente dependiente. Sabe que está llamado por Dios a un fin que lo trasciende. Así lo ha querido Dios: en esta tierra no encontraremos la felicidad plena. Dios no nos ha creado para una perfección exclusivamente natural. Cuando nos creó a su imagen y semejanza, su fin era infinitamente superior a la perfección de la naturaleza. Solo existimos para esa vida sobrenatural. Dios ha creado a los hombres para la eternidad” (Ibid).

Rafael María de Balbín (rbalbin19@gmail.com)