No pensemos sólo en la idolatría como una costumbre de pueblos antiguos y culturalmente atrasados. También el hombre moderno, orgulloso de sus conquistas científicas y técnicas, tiene sus propios ídolos, obras de sus manos.
El primer mandamiento de la ley de Dios manda adorarle como único Señor y prohíbe honrar a otros supuestos dioses distintos. Y así la superstición es una perversión, por exceso de credulidad, de la religión. “Puede afectar también al culto que damos al verdadero Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo mágica, a ciertas prácticas, por otra parte legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la superstición” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2111).
Más grave todavía es el politeísmo. La Biblia proscribe constantemente el culto de los ídolos, de oro o de plata, obra de las manos de los hombres; saliendo al paso de la propensión humana de controlar y poner a su servicio a la misma divinidad: ídolos que tienen boca y no hablan, ojos y no ven… “Dios, por el contrario, es el «Dios vivo» (Josué 3, 10; Salmo 42, 3, etc.), que da vida e interviene en la historia” (Catecismo…, n. 2112).
No pensemos sólo en la idolatría como una costumbre de pueblos antiguos y culturalmente atrasados. También el hombre moderno, orgulloso de sus conquistas científicas y técnicas, tiene sus propios ídolos, obras de sus manos. “La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. «No podéis servir a Dios y al dinero», dice Jesús (Mateo 6, 24). Numerosos mártires han muerto por no adorar a «la bestia» (cf
Apocalipsis 13-14), negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina (cf Gálatas 5, 20; Efesios 5, 5). La vida humana se unifica en la adoración del Dios Único. El mandamiento de adorar al único Señor da unidad al hombre y lo salva de una dispersión infinita. La idolatría es una perversión del sentido religioso innato en el hombre” (Catecismo…, nn. 2114-2115).
Una tentación frecuente proviene de la curiosidad por adivinar el futuro, que como tal nos es desconocido. Esto no es obstáculo para que hagamos una prudente previsión. Pero la adivinación supone una desconfianza en la providencia divina, pretendiendo saber por medios desproporcionados lo que nos depara el porvenir: el recurso a los demonios, la evocación de los muertos, la consulta del horóscopo, la astrología, la quiromancia (leer en los naipes), la interpretación de presagios y de suertes, el espiritismo, la invocación de poderes ocultos. De manera semejante, con las prácticas de magia o de hechicería se pretende domesticar potencias ocultas, para influir sobre el prójimo para bien o para mal; también con la pretendida protección de amuletos. Estas prácticas no deben ser confundidas con el recurso a las medicinas llamadas tradicionales o naturales.
El mandato divino en el Antiguo Testamento prohibía la representación de Dios por parte del hombre, ya que Dios es espíritu y no puede ser representado materialmente. Además entre los hebreos existía el peligro del contagio por la idolatría de los pueblos vecinos. Sin embargo Dios ordenó la confección de algunas imágenes que eran figura del Mesías que había de venir: la serpiente de bronce, el arca de la Alianza, los querubines. Cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, con un alma y cuerpo humanos, se hizo ya posible y conveniente su representación por parte de imágenes que no eran ya expresión de idolatría. Se inauguró el culto a las sagradas imágenes: de Cristo, de la Madre de Dios, de los ángeles y de los santos.
La veneración a estas imágenes se dirige a las personas a quienes representan. “El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado” (SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica II-II, q. 81,a 3, ad 3). “El honor tributado a las imágenes sagradas es una «veneración respetuosa», no una adoración que sólo corresponde a Dios” (Catecismo…, n. 2132).
Rafael María de Balbín (rbalbin19@gmail.com)