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Acerca de Rafael María de Balbin

Rafael María de Balbín Behrmann es Sacerdote, Doctor en Filosofía por la Universidad Lateranense de Roma y Doctor en Derecho por la Universidad de Navarra. Ha dictado conferencias y cursos sobre temas de Filosofía, Teología y Derecho y ha escrito numerosos artículos en la prensa diaria de Venezuela. Ha sido Capellán del Liceo Los Robles (Maracaibo), de La Universidad del Zulia (Maracaibo) y de la Universidad Monteávila (Caracas) y Asesor del Concilio Plenario de Venezuela. Así como Director del Centro de Altos Estudios de la Universidad Monteávila.

BLASFEMIA Y LIBERTAD DE EXPRESIÓN

 El Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece la libre expresión de las opiniones, por parte de cualquier ciudadano, sin que por ello sea molestado ni reprimido:

Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

La Encíclica Pacem in terris de San Juan XXIII alude al derecho a buscar libremente la verdad y a exponer los propios puntos de vista:

El hombre exige, además, por derecho natural el debido respeto a su persona, la buena reputación social, la posibilidad de buscar la verdad libremente y, dentro de los límites del orden moral y del bien común, manifestar y difundir sus opiniones y ejercer una profesión cualquiera, y, finalmente, disponer de una información objetiva de los sucesos públicos (n. 12).

La libertad de expresión es ciertamente un derecho que corresponde a la dignidad de toda persona humana. La libre expresión de las opiniones debe ser fomentada y protegida por la legislación y la autoridad pública. Ahora bien, ¿acaso es un derecho ilimitado? Sería quizás el único para el hombre, que de suyo es bastante limitado. ¿Qué quiere decir esto? Que mi libertad termina donde comienza la libertad y la dignidad de las otras personas. Yo no debo invocar mi libertad de expresión para poder denigrar, insultar u ofender a otros. Mis opiniones debe expresarlas de un modo moderado, respetuosamente, sin ofender a nadie.

En el caso reciente, que ha conmovido justamente a la opinión mundial, debe condenarse categóricamente el asesinato de esos periodistas. Pero no parece que ello pueda justificar la defensa de una libertad de expresión irrestricta que incluya el irrespeto y la ofensa a las convicciones religiosas de otras personas. No existe, como ha proclamado un medio periodístico europeo un derecho a la blasfemia. La blasfemia es el insulto en materia religiosa. Y además de ser un signo de incultura, constituye una bajeza moral para quien la profiere y un atentado a la dignidad de otras personas, que son creyentes.

(rafaelbalbin@yahoo.es)

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¿HAY CRISIS DE IDENTIDAD EN LA FAMILIA?

¿Podría hablarse de una crisis de identidad en la familia? Algunas de las opiniones más generalizadas darían que sospechar que sí. Ya que al desconocer sus rasgos fundamentales sería equiparada a cualquier constructo humano, a cualquier convencionalismo social presente en una determinada cultura.

Habría que decir, sin embargo, que la institución familiar ha pervivido a lo largo de los siglos y de los milenios. Algunos han anunciado el final de la familia, su entierro. Pero -en frase de Chesterton- la familia ha acabado enterrando a sus propios enterradores.

La pervivencia de la familia se puede apreciar, por contraste, en la existencia de familias rotas, uniones de hecho, alianzas concubinarias, adopción de niños. Estas situaciones humanas tienen siempre como punto de referencia al matrimonio y a la familia monógama constituida por un solo varón y una sola mujer, que unen sus vidas a perpetuidad. Aunque esa referencia sea casi como una imitación o un remedo.

El matrimonio y la familia tienen un claro perfil esencial. “En el designio de Dios Creador y Redentor la familia descubre no sólo su <identidad>, lo que <es>, sino también su <misión>, lo que puede y debe <hacer>. El cometido, que ella por vocación de Dios está llamada a desempeñar en la historia, brota de su mismo ser y representa su desarrollo dinámico y existencial” (S. JUAN PABLO II. Exhort. Apost. Familiaris consortio, n. 17)

Aparece la familia, con su identidad propia, como una señal levantada en alto, a la vista de todos, acerca del plan que Dios mismo ha impreso en la naturaleza humana. “Toda familia descubre y encuentra en sí misma la llamada imborrable, que define a la vez su dignidad y su responsabilidad: familia, ¡<sé> lo que <eres>!” (idem).

Gran importancia tiene, en el designio divino, la institución matrimonial y familiar. “Remontarse al <principio> del gesto creador de Dios es una necesidad para la familia, si quiere conocerse y realizarse según la verdad interior no sólo de su ser, sino también de su actuación histórica. Y dado que, según el designio divino, está constituido como<íntima comunidad de vida y de amor>, la familia tiene la misión de ser cada vez más lo que es, es decir, comunidad de vida y amor, en una tensión que, al igual que para toda realidad creada y redimida, hallará su cumplimiento en el Reino de Dios” (idem).

La ejemplaridad de la familia se refiere al amor, que último término es lo importante para la realización de la persona. La familia es la primera escuela del amor verdadero, que habrá de desarrollarse a lo largo de la vida. “En una perspectiva que además llega a las raíces mismas de la realidad, hay que decir que la esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el amor. Por esto la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa” (idem).

CON MARÍA DURANTE EL 2015

 

Todavía está reciente el inicio del nuevo año 2015. Un año más, con todos sus interrogantes. Y, como la Historia no está escrita de antemano, se abre un amplio abanico de posibilidades. Hay que contar con la libertad humana y la acción de la Providencia divina. No hay un fatalismo de progresos ni de retrocesos.

En su Homilía de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios del año 2010 el Papa Benedicto XVI invitaba a elevar a Dios el corazón: “Meditar sobre el misterio del rostro de Dios y del hombre es una vía privilegiada que conduce a la paz”. La paz es el gran anhelo de la humanidad y de cada persona de buena voluntad. Requiere de la disposición personal de cada uno, sumada a otras muchas. “Ésta, de hecho, comienza por una mirada respetuosa, que reconoce en el rostro del otro a una persona, cualquiera que sea el color de su piel, su nacionalidad, su lengua, su religión”.

Y explicaba: “En realidad, sólo si tenemos a Dios en el corazón, estamos en condiciones de detectar en el rostro del otro a un hermano de humanidad, no un medio sino un fin, no un rival o un enemigo, sino otro yo, una faceta del infinito misterio del ser humano”.

Sólo somos capaces de dialogar con los hombres si antes no lo hacemos con Dios. Contemplar el rostro de Dios es condición para mirar con discernimiento el rostro del hombre. Para llevar a cabo un intercambio respetuoso y considerado. “Con mayor razón, por tanto, para reconocernos y respetarnos como realmente somos, es decir, como hermanos, necesitamos referirnos al rostro de un Padre común, que nos ama a todos, a pesar de nuestros límites y nuestros errores”, añadía el Papa.

Para acercarnos a Dios lo hacemos contemplando a María Madre de Dios y Madre nuestra. Con Ella comenzamos el nuevo año: “el rostro de Dios ha tomado un rostro humano, dejándose ver y reconocer en el hijo de la Virgen María”.

Benedicto XVI destacaba también que “Ella, que ha custodiado en su corazón el secreto de la divina maternidad, ha sido la primera en ver el rostro de Dios hecho hombre en el pequeño fruto de su vientre”.

Nadie más cercano a Dios que su Madre María: “La madre tiene una relación muy especial, única y de todos modos exclusiva con el hijo recién nacido”. Ocurre siempre, y con mayor razón en el caso de la maternidad divina de María. “El primer rostro que el niño ve es el de la madre, y esta mirada es decisiva para su relación con la vida, con sí mismo, con los demás, con Dios; es decisiva también para que él pueda convertirse en un <hijo de la paz>”.

Necesitamos ayuda para ser promotores de la paz. “El Niño mira a la Madre, y ésta nos mira a nosotros, casi como reflejando al que observa, y reza, la ternura de Dios, bajada en Ellos del Cielo y encarnada en aquel Hijo de hombre que lleva en brazos”, explicaba BenedictoXVI.

Una imagen no sólo evocadora sino eficaz. “Pero ese mismo icono nos muestra también, en María, el rostro de la Iglesia, que refleja sobre nosotros y sobre el mundo entero la luz de Cristo, la Iglesia mediante la cual llega a toda persona la buena noticia”, añadía el Papa.

Acudimos a Santa María, Reina de la paz, Madre de la Iglesia, Reina de Venezuela, poniendo en sus manos todos nuestros buenos deseos para el nuevo año. Amén.

(rafaelbalbin@yahoo.es)