Acerca de Agustin Alberti

Periodista y Lic en Derecho. Miembro de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España (FAPE). Ex corresponsal de TVE en París, Londres y ante la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa.

PECS; PARA MUCHOS, LA CIUDAD MÁS BELLA DE HUNGRÍA

Que a Obama no le guste Orbán, a Viktor Orbán le guste más Putin que Obama y al Parlamento Europeo no le guste ninguno de los dos, no debe afectar gran cosa al viajero que llega a Hungría con ánimo de disfrutar la belleza de ese país y el interés de su historia que se manifiesta en sus arquitecturas, su cultura, sus vinos y la seria amabilidad de sus gentes.
Riesgo de caer en injusticia notoria es intentar dar prioridad a alguno de los centros de interés que Hungría ofrece al visitante novel o repetidor. Me arriesgo a la injusticia sabiendo que mis tres visitas al país de los magiares no han agotado la copa de las posibilidades.
A Budapest me referí no hace muchas fechas en Hechos de Hoy por lo que recomiendo, al que quiera bucear en más detalles, el excelente trabajo de María del Mar García Aguiló en www.fijet.es titulado “Descubriendo la perla del Danubio”.
Esztergom; la tumba de Mindszenty
Aunque no es una ciudad muy populosa, unos 30.000 habitantes, Esztergom además de importantes edificios y monumentos que documentan su larga historia es el centro espiritual del pueblo húngaro, mayoritariamente católico. Allí se puede contemplar el monumento a san Esteban, coronado rey como Esteban I de Hungría en el año 1.000. Sede de la archidiócesis de Esztergom-Budapest ostenta el privilegio de contener , además de las tumbas de los reyes Esteban III (1.172) y Bela IV (1.270), la del cardenal Joseph Mindszenty, primado de Hungría durante una época difícil y símbolo de la resistencia a la opresión de las personas y de las conciencias con la que el régimen comunista intentó doblegar la resistencia de una gran parte del pueblo húngaro. En una situación como la actual en la que populismos de raíz totalitaria pretenden hacerse un hueco en sociedades democráticas infectadas de relativismo, no está de más realizar una peregrinación cultural, como la que propongo a Esztergom, leyendo por el camino algo historia.
Un tribunal de la época comunista condenó al primado de Hungría por alta traición en un lamentable proceso cuya revisión comenzó en 1990 y que terminó con la plena rehabilitación política, moral y legal de Jozsef Mindszenty. Sus restos descansan en la cripta de una basílica, consagrada en 1856, de arquitectura neoclásica y rodeada por las antiguas murallas que, con el Danubio defendían la ciudad de invasores no deseados. Bajo el castillo de Esztergom, al lado de la basílica, se conservan rehabilitadas las antiguas bodegas arzobispales. Pertinente ocasión para degustar algunos excelentes vinos del país.
Pécs, la ciudad donde quedarse
Pécs, al suroeste de Hungría y cercana a la frontera con Croacia, es un lugar en el que una vez palpado el ambiente uno siente que le apetecería quedarse. Es una de aquellas ciudades en las que la dimensión, la diversidad de centros de interés, la belleza de su estructura y el ambiente forman un todo armónico.
La notable necrópolis romano-cristiana, excavada en parte y puede ser cómodamente visitada gracias a las estructuras realizadas. A la salida de ese paseo semisubterraneo por los recuerdos de la Sopianae romana se puede visitar la catedral. La zona de Pécs fue de las más densamente pobladas de Hungría y en 1367 el Papa Urbano V estableció el “Studium Generale” que fue la primera universidad húngara. El ambiente universitario no abandonó ya nunca Pécs y se mantiene como un elemento permanente de atracción académica y social. Capital Europea de la Cultura 2010 Pécs es un área de convivencia entre húngaros, judíos, serbios, croatas, alemanes y en el que han dejado sus huellas Roma, los otomanos, la ortodoxia, los católicos y todo un etc de visitantes invasores que por allí pasaron. El museo de la colección Gyugyi, en las conservadas instalaciones de la fabrica de cerámicas Zsolnay, contiene una de los conjuntos de cerámicas art nouveau más importantes del mundo donadas por el coleccionista Laszlo Gyugyi. El conjunto de edificios que integraban la factoría de cerámicas, aunque conserva una parte dedicada aun a la producción, en su mayoría se ha convertido en un área de centros culturales, bibliotecas universitaria, museos que hacen del “Zsolnay Quarter”, y de la plaza Csezenyi, con el monumento a la Santísima Trinidad, los dos focos de la ciudad de Pécs, para muchos la más bella de Hungría.

DE JOMEINI A LA GRAN MANIFESTACIÓN DE PARIS


“Yo soy Charlie Hebdo” contra la barbarie disparada en nombre de Allah.

Una cadena en el portón de la vacía embajada de Irán en París fue mi primer contacto con el islam en 1978. Es verdad que desde pequeño escuché en mi familia contar como mi abuelo materno había muerto por las balas de rebeldes marroquíes en 1909 mientras mandaba, como coronel del regimiento penitenciario de Melilla, unas tropas a las que el general Marina había ordenado tomar los altos del Gurugú, esa colina en la que hoy pululan miles de centroafricanos ansiosos de saltar una valla que les separa de lo que ellos creen una vida mejor. Pero esa historia yo no la asociaba a ningún conflicto interreligioso sino más bien a simples ambiciones egemónicas de España a las que como militar tenía que servir mi abuelo aun en contra de sus convicciones personales. Como ya predijo a su esposa, mi abuela materna, Venancio Álvarez Cabrera de Nevares murió en el intento.
Pero volviendo al París de 1978, de la vacía y encadenada embajada, simbolo de lo que se estaba derrumbando en Teherán, me fui con el equipo técnico de TVE a Neauphle-le-Chateau donde un tal Jomeini, bajo la protección de un tal Giscard D’Estaign grababa consignas islámicas en cintas magnetofónicas que luego eran reproducidas en un “loro” ante un grupo de incondicionales adeptos. Las escenas se desarrollaban en dos modestos chalets de ese pueblo cercano a París convertidos en espacios aparentemente fuera de lugar y tiempo. Varias mujeres vestidas de negro riguroso manejaban grandes perolas en el jardín en las que muy probablemente cocinaban el rancho del grupo de fieles que, también vestidos de negro estricto, después de escuchar con atención las grabaciones con los mensajes del ayatollha Jomeini, gritaban enfervorizados y cada vez más y más alto..Allah Akbar….Allah Akbar…
Hice lo que pude. Hablé de los contratos que la Persia del Sha había firmado con empresas francesas para construir el metro de Teherán y una central nuclear, de la protección que Giscard D’Estaign – especie de Luis XIV del Siglo XX pero algo más cursi- proporcionaba a Jomeini y su entorno, hablé de la probabilidad de que los susodichos contratos se convirtieran en humo cuando el ayatollha llegara al poder en Irán y acerté. Pero mucho más fuerte fue algo de lo que no hablé; la sensación profunda de que allí, en un pueblecito francés tranquilo, casi cartesiano, se estaba gestando algo de una potencia desproporcionada a la modestia de la tienda de campaña azul que, rodeada de zapatos mugrientos, hacía de improvisada mezquita, convirtiendo en lugar sagrado un pequeñísimo trozo de Francia.
Algo en mi interior me sugería que aquello necesitaba un estudio extenso y profundo para poder ser entendido y explicado. Así vino primero “Le soleil d’Allah brille sur l’occident” de Sigrid Hunke y luego muchos otros más. Biografías de Mahoma, obras de orientalistas, ensayos a favor, en contra, testimonios personales, mentiras pretendidamente históricas, interpretaciones beatas. Pero ningún intento de comprender el mundo, los mundos, islámicos, tiene posibilidades de acercarse a una visión omnicomprensiva sin pasar por el análisis del Corán.
Después vino otra realidad. Millones de personas manifestándose en París al signo de “Yo soy Charlie Hebdo” contra la barbarie disparada en nombre de Allah. Mientras, cientos de miles de cristianos para sobrevivir a una conversión promovida con la daga como argumento, tienen que huir de la tierra en la que ya sus ancestros estaban antes de la llegada del islam y a cuya grandeza hicieron definitivas aportaciones. A la vez un mundo narcotizado por un laicismo enfermizo contempla con horror impasible en sus pantallas de última generación, la decapitación “en cámara” de cooperantes, sacerdotes, correligionarios menos vehementes o las imágenes filtradas en las redes sociales de torturas realizadas por tropas extranjeras en nombre de una pretendida democratización que debería salvar a pueblos culturalmente muy distantes, de una barbarie para, en realidad, sumergirlos en otra de signo similar pero también autóctona.
Entre la clausura de la embajada de Irán y la manifestación del domingo en París hay muchos hechos que exigen más que nuevos análisis y estudios concienzudos, decisiones políticas de gran calado si se quiere que la cultura de la libertad y la solidaridad siga alimentando el alma occidental.