Desde que ha extendido sus tentáculos el autodenominado Estado Islámico, han comenzado las matanzas de cristianos en masa- un verdadero genocidio- y esa figura tétrica de los llamados lobos solitarios ha seguido sembrando su crueldad por el mundo. Muchos nos preguntamos por qué ciudadanos occidentales más o menos insertados en nuestra sociedad, compatriotas nuestros, de los europeos, se deciden a dejar su casa, el ambiente en el que viven y se marchan a tratar de imponer la ley del Islam a disparos de metralleta o a tajo de machete en el cuello.

Ya cuesta trabajo entender como alguien pueda poner su esperanza en desarrollar una sociedad en la que no se pueda disentir de nada y en la que se anule toda libertad bajo amenaza de pena capital.

Pero que se embarquen en la autoría de ese genocidio, occidentales de toda la vida y vecinos nuestros, plantea interrogantes nada sencillos de responder. Porque claro, miedo da decirlo, pero una cierta forma de idealismo, aunque sea una aberración, profesan.

¿ Cuantos de nosotros estaríamos dispuestos a volar por los aires hechos fosfatina para extender nuestras creencias por el mundo?

¿ Será que hemos creado una forma de vivir en la que solo se persigue el bienestar material individual y la satisfacción de los sentidos y eso para ellos no es suficiente?

¿ Tendrá esta situación algo que ver con una cultura, la nuestra, que en la práctica prescinde y desprecia cualquier visión trascendente de la vida?

¿Podría haber influido en estos bárbaros el relativismo moral en el que estamos inmersos? ¿ La idea de que la verdad depende de la mayoría y no existen verdades absolutas?

¿ Será una forma de rebelión, tal vez inconsciente, frente a una sociedad que, con frecuencia desprecia la vida, sobre todo la de los concebidos y aun no nacidos? Puede que piensen “si para estos la vida de una persona vale tan poco ¿ Que nos reprochan?”

Tal vez también tenga que ver con lo que encierra la tremenda frase de Santo Tomás de Aquino “Temo al hombre de un solo libro”. Tener un solo libro, creerse que uno está en posesión de la verdad absoluta y tratar de imponerla a ráfaga de metralleta o a tajo de machete, produce bastante inquietud.

A lo mejor ha llegado la hora de hacer examen de conciencia en serio, dejando al margen las superficialidades habituales y recurrir a planteamientos rigurosos sobre los principios en los que creemos o en las cosas que deberíamos creer, de qué cultura procedemos y qué vale la pena proteger, incluso con la vida si fuera necesario, en definitiva proceder a un rearme moral en toda regla.

Esta Europa blanda y comodona puede encontrarse cualquier día con que vuelven a estar en vigor los versos de Espronceda de la Canción del Cosaco:

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!

La Europa os brinda espléndido botín…

En vez de cosacos serán, las huestes del Estado Islámico y tal vez Europa sea todo el mundo occidental.