Recuerdo una serie inglesa de televisión, años 80, en la que una gran burbuja flexible y transparente se aparecía cada vez que el confinado en una isla paradisíaca pretendía huir para recuperar la libertad. Había trabajado para unos servicios secretos, se supone que británicos, que le confinaban de por vida. Una especie de Bond caído en desgracia.

En los confinamientos impuestos lo verdaderamente negativo es la imposición en si misma. Sin embargo el tiempo se deforma y flexibiliza, desmintiendo a Kant y ofrece posibilidades insospechadas de reflexión. Uno de los resultados podría ser la percepción de que la reclusión impuesta no deja de ser nada más que una limitación de segundo orden. Esto es, como una “matryoshka” dentro de otra más vasta pero mucho más necesaria de penetrar. Esa otra muñeca rusa no es otra que la isla paradisíaca de la que un cierto día comenzamos a tener conciencia.

Día de El Corpus Cristi en Madrid. Calle Ramón De la Cruz, circa 1942. Llevando la comunión a los enfermos

 En mi caso, comienza con un niño, visillo en la mano, mirando por una ventana hacia la esquina de enfrente. El panorama era una calle y la tienda “RUIZ OGARRIO. ULTRAMARINOS”. Y esa gran matrioska está ahí, mostrenca y aparentemente impenetrable, como un gran contenedor de recuerdos de los que algunos pocos destacan con estabilidad de cimientos. Diez años de colegio cercano, lo que permitía ir sin ser llevado, primera escuela de libertad origen de pocas amistades pero profundamente sólidas. Una columna con su imagen de la Virgen del Pilar que aparece estable, nítida en la memoria cuando se requiere su presencia. Y la pregunta definitiva de los años de universidad: ¿Hay algo fuera? ¿Se puede salir al exterior de la gran matrioska? Después de algo de Física, el formalismo aparentemente vacío de la Matemática y  las realidades profundamente humanas del Derecho, bastante de Historia y no poca Filosofía, la respuesta definitiva solo la dan unos cientos de testigos de la resurrección de un individuo crucificado hace más de dos mil años. Hay un espacio fuera de la gran matrioska y el resucitado abrió la puerta, removió la burbuja. Algunos recuerdos cristalizados siguen ahí como hitos de referencia. Una mirada a los bancos de la Universidad Complutense que lleva a descubrir la persona definitiva.

Islotes Es Vedra y Vedranell, puerta de los freos de Ibiza

Unas colinas rocosas, plantadas en el mar de Ibiza, aparecidas de repente, como fantasmas semiescondidos en la neblina de la madrugada, ante la borda del “J.J. SISTER”, barco de la Compañía Transmediterranea ya viejo en los sesenta. Un niño de cuatro años comiendo, todo serio, un bocadillo en el tambucho de un velero construido en Burnan-on-Crouch en los años treinta, mientras bordeaba la isla de Conejera.

El «Taube II». Velero construido en Burnan-on-Crouch en 1936

Tres pajarillas en libertad vigilada volando por Ibiza y el compartir con amigos de Santa Eulalia los fuegos de artificio el día de san Ciriaco. El espacio luminoso y oscuro, netamente real y simbólico a la vez, en dos zonas de la mente, al despertar en una uci. La sonrisa serena de un sacerdote que escuchó veinte años de confesiones y que pasó al otro lado de la matrioska por apoyar con naturalidad generosa a un paciente golpeado por el Covid. Una parte de su vida de ingeniero pasada entre máquinas de extrusión de plásticos y el resto reparando almas en un confesionario.

El confinamiento, la desescalada, la esperada libertad de moverse, traen las imágenes de recuerdos que adquieren la condición de puntos de referencia, de unos tiempos llenos de sentido gracias a aquellos testigos que nos legaron la memoria de un resucitado.