Considerados como propuestas humanas y prescindiendo por tanto de una perspectiva trascendente, socialismo y cristianismo tienen una proyección utópica. Ambos pretenden contribuir a la mejora de la sociedad humana mediante el reconocimiento de dos principios utópicos, la libertad y la igualdad humana.

EL CRITERIO

Libertad e igualdad son principios utópicos porque no son reales, sino aspiraciones sublimes y, desde un punto de vista realista, inalcanzables. Son ideales a los que se puede tender, aun sabiendo que nunca se llegará a alcanzarlos. El socialismo se plantea asumir la tarea de alcanzar ese ideal como una obligación ética que ha de tener una manifestación política. Se concibe como un plan de cuya ejecución depende la futura consecución del ideal. La función de la política es aplicar el plan socialista para asegurar la libertad y la igualdad entre los hombres. Desde un punto de vista cristiano se puede coincidir con las aspiraciones de este punto de vista sin problemas: la función ética de la política es alcanzar la máxima igualdad con la mínima restricción de libertad. El cristianismo, en tanto doctrina que trata de representar de modo realista la condición humana, difiere del socialismo en que no asume la hipótesis, o sea la creencia, de que un programa político pueda trazar un plan social para realizar ese objetivo. Libertad e igualdad son fines inaccesibles a cualquier plan político realista.

EL PROBLEMA

El problema es dar por supuesto que alguien pueda saber por anticipado cuál es el plan de acción política adecuado para ejecutar un ideal igualitario o para aproximarnos colectivamente a una mejora de la sociedad entendida como progreso conjunto de la igualdad en libertad.

El problema que plantea es que el plan no es fruto de una mente y una voluntad colectivas que puedan prever y forzar las conductas, deseos, intereses o motivaciones de quienes hayan de adherirse a su puesta en práctica. El plan siempre quedará como hipótesis especulativa, y sus fines como postulados dogmáticos. El plan solo puede prosperar si se rectifica en función de los fines propuestos. No hay modo de poder verificarse o refutarse la hipótesis de que haya un plan que pueda ajustarse a esos fines. Siempre será concreción de una propuesta particular, de un razonamiento personal que pretende representar una razón común y una voluntad colectiva. Como expresión de una idea personal, puede originar una creencia o una corriente de opinión favorable. Pero el plan no es el de vínculo alguno que pueda enlazar la propuesta, programa, plan u opinión a una a la tesis. El plan es una hipótesis de acción cuya función es corregirse a sí misma para adaptarse a la tesis. El procedimiento de corrección mediante la praxis no es refutar o confirmar si el plan puede vincularse a la teoría en que se sustenta, ya que los propios fines teóricos se imponen como consignas irrenunciables. La autocorrección del plan mediante la praxis sirve simultáneamente de proceso de refutación y de confirmación.

EXPLOTACIÓN

Disfrazándose con el rótulo de “socialismo científico”, el socialismo pretende estar en condiciones de demostrar lo indemostrable, que su plan de acción, basado en el constructo de la “lucha de clases” (por ejemplo), es el camino que asegura cómo alcanzar el ideal utópico.

La lucha de clases se presenta como el medio para acabar con la explotación del hombre por el hombre. Que existe esta explotación es indudable. Que esta explotación pueda reducirse a los términos de una explotación de una clase social por otra es un constructo claramente refutable porque es históricamente variable. No hay modo de mostrar que la pretensión de que una clase social represente históricamente un plan de emancipación humana sea una conjetura. Si fuera así, no habría explotación del hombre por el hombre entre los miembros de la clase social destinada a erradicar la explotación. Habría convivencia, armonía, solidaridad, igualdad y paz. 

REALISMO

La experiencia histórica muestra que esa armonía no existió ni existe en ningún grupo social, ni siquiera entre aquel en que más podría tener cobijo, como la familia. Se arguye que la diferencia de intereses medida por el dinero y la propiedad son las causas de esas diferencias. Pero si así fuera no se daría en las pequeñas comunidades que han renunciado a la propiedad para vivir en común. Ni se entendería el sacrificio incondicional de los padres para mantener a sus hijos o el esfuerzo de muchos hijos para mantener a sus padres. Es el ámbito propio de la solidaridad afectiva que reconoce Honnet.

También habría de manifestarse alguna diferencia entre sociedades regidas por el principio socialista y las que re resisten a aceptarlo. Pero, lejos de apreciarse alguna mejora, allí donde mediante la lucha de clases, la dictadura de clase o la violencia revolucionaria ha impuesto el socialismo, la cohesión social solo se obtiene aumentando la coacción y la violencia. La explotación del hombre por el hombre en regímenes que eliminan la propiedad privada, se presenta como explotación del individuo por el partido, por el gobernante o por el autócrata. 

DIFERENCIA POLÍTICA 

La diferencia entre la utopía socialista y la utopía cristiana resulta de la distinción entre realismo e idealismo. Ambos “ismos” coinciden en los mismos ideales utópicos, porque la utopía ilustrada resulta de la secularización de la utopía cristiana. Mientras que el cristianismo sabe que sus ideales son en este mundo inalcanzables y, por eso, utópicos, el idealismo materialista los concibe como fines racionales políticamente realizables. Creyeron invertir el idealismo, al reducir la realidad a materialidad y la materialidad a relaciones económicas de las cuales las ideas son trasuntos. Pero tal reducción es también una tesis dogmática.

Se diferencian, por tanto, en que, aunque ambos ideales comparten la pretensión de utopía, la cristiana es realista, no idealista. Parte de la comprobación de que la explotación del hombre por el hombre se da en cualquier situación o circunstancia y que ningún plan de dominación social aplicado mediante la violencia del príncipe bienintencionado o de la lucha de clases resentida puede conciliar la libertad con su aplicación forzosa. 

DIFERENCIAS UTÓPICAS

Primero, la utopía cristiana no tiene por fin realizarse en este mundo. Es utópica en un plano trascendente. Es una tendencia a la que se puede acercar más o menos, pero no se puede planificar, sino es por la coacción o la fuerza, pero la coacción y la fuerza como método es incongruente con los fines. ¿Cómo métodos violentos y represores pueden generar fines benevolentes y pacíficos? Gracias a que la historia es dialéctica se sintetizan las contradicciones. ¿Y quién confirma que la historia responde a una dialéctica y que el entendimiento es capaz de captarla? La razón humana. ¿Y qué es la razón humana? La razón de Hegel, de Marx, de Lenin, de Mao y de Fidel Castro… 

Segundo, la utopía cristiana es personal, no es una utopía social. Es una conversión de cada hombre en particular, no un método de transformación de la humanidad. El hombre que la anuncia no se proclama representante de la razón humana, sino del dolor humano. No propone un remedio colectivo, sino un ejemplo de vida que imitar. Ese ejemplo es a la vez utópico y realista en sentido estricto: nadie está en condiciones de imitarlo cumplidamente, porque ese hombre es a la vez Dios. Es realista, no ofrece una fraternidad universal accesible en este mundo a través del movimiento de la historia, sino un mensaje cuya eficacia depende de que la conducta personal sea fraterna. De antemano se reconoce que no es posible seguir plenamente un modelo que supera la medida humana, pero, si cada uno cambia, se puede aproximar hacia lo que la trasciende. Es un desafío que exige la conversión moral individual. No es una utopía colectiva, que pueda alcanzarse por el esfuerzo de la praxis racional.

Tercero. La lucha de clases, o cualquier otro instrumento de planificación colectiva, es idea, no materia, de una razón individual o de la rectificación crítica de otras razones individuales, no procede de una razón colectiva. La progresividad de la historia no es accesible por la razón humana y ninguna razón humana puede abarcar el movimiento total de la historia. La categoría de totalidad es inaccesible e inabarcable a la razón. El totalitarismo consiste en arrogarse la representación de la totalidad. Lo que llaman praxis del socialismo científico es tan vulnerable y dependiente de la incertidumbre como cualquier otra idea personal. Cuando la crítica de la razón instrumental apela a la categoría de totalidad es incongruente con la crítica del positivismo científico. Si la pretensión del positivismo es dogmática cuando se erige como última instancia, la crítica de la razón instrumental es dogmática cuando se erige en tribunal de última apelación.

Cuarto. El realismo cristiano presenta la utopía fuera de este mundo. La supedita en este mundo al esfuerzo personal para evitar que un hombre explote, es un modo de decir, “se aproveche”, de otro hombre, cualquiera que sea la circunstancia social en que se halle. La utopía social es una justificación de la explotación, es decir, la sujeción coactiva de los hombres a una autoridad coactiva legitimada por la promesa inverificable de que es mediación necesaria para alcanzar el reino de la libertad.

Quinto. Al trasladar la utopía fuera de este mundo, el utopismo cristiano se sitúa en el orden de la realidad de la vida, de la experiencia del mundo, independientemente de que se tenga o no se tenga una fe.

ESENCIA DE LA UTOPÍA

Sexta. Si se prescinde de la fe, la noción de utopía es vulnerable a la misma crítica a la que expuso Feuerbach La esencia del cristianismo. La lucha de clases y la conciencia de clase son, como la idea de divinidad, proyecciones humanas alentadas por el deseo utópico. Un deseo nacido de elevar el resentimiento de la relación de servidumbre o del afán de revancha que brota de la asimetría de las sociales circunstancias y de su reglamentación. La supremacía o la servidumbre tradicionalmente transmitidas entre rangos humanos establecidos por las reglas, los vínculos sociales o la costumbre. La promesa de una mejora encubre que el remedio consiste en invertir una situación previa, que puede ser o no socialmente justificada por hábito, ley o tradición, en su contraria. De la inversión no se infiere una igualación o una mejora. La experiencia muestra que, en el caso de las revoluciones, la empeora; en el caso de las revueltas sociales, si no son aplicación de un plan, pueden mejorar o estabilizar una reforma que no siempre compensará el daño ocasionado. Aunque no podamos suscribirla, se comprende la exclamación de Goethe “prefiero la injusticia al desorden”. Valdría si no fuera porque el mantenimiento del orden no puede servir de coartada a la injusticia o a la mentira. Resistir forma parte del realismo humano, si no fuera así ni el sacrificio ni el ejemplo de los mártires podría fructificar en suelo terreno. 

Generar la ilusión utópica como un proyecto de futuro realizable para justificar que, en el presente, se someta a los ciudadanos a una situación de servidumbre y de explotación como senda para la fraternidad humana, es un plan utópico irrealizable. Admitir la arbitrariedad de la esclavitud y la servidumbre impositiva tampoco pueden servir de coartada para justificar la impunidad del trato inhumano.La bondad o maldad humanas no dependen de la situación o circunstancia sociales. En cualquier situación o circunstancia social, aunque sea de servidumbre o de dependencia, se puede ser mejor o peor persona, puede un hombre explotar a otro hombre, aprovecharse de él, ayudarle o socorrerle.