(Publicado en El Debate de Hoy 16/03/2020)

El Gobierno pospuso frenar lo que se venía encima. La manifestación del coronavirus era prioritaria para mentalizar ideológicamente al personal.

El New York Times del pasado viernes 13 de marzo tituló así: “España se convierte en el último epicentro de coronavirus después de una respuesta vacilante: tras permitir masivas concentraciones en la capital, la titubeante respuesta del Gobierno declarará el estado de emergencia. El número de contaminados salta a más de 4200”. Si la declaración de alarma se hubiera producido una semana antes, este título no hubiera reflejado el estéril patetismo de un mensaje paternalista de medidas irresolutas, devaluadas por el desconcierto de un Gobierno incapacitado para el liderazgo desde que las retrasó irresponsablemente.

En lugar de dar la cara y pedir perdón por el irreparable error de jalear manifestaciones que debió suspender, tras dar la callada por respuesta durante diez días a la reclamación de medidas de la Comunidad de Madrid, Pedro Sánchez enmascaró su irresponsabilidad dando retóricamente las gracias como si fuera ajeno al desastre.

Puede que tenga razón. Confinados a causa de la frivolidad del sectarismo feminista sentado en el Consejo de Ministros, los españoles tenemos motivos para dar graciasno al Gobiernosino al coronavirus que ha puesto en evidencia que el envilecimiento fanático protegido con guantes favoreció que la epidemia se extendiera entre los convocantes.

Gracias al coronavirus sabemos que el líder de los que provocaron la estampida reclama ahora unidad para ocultar su error pidiendo gracias emulando a los independentistas sediciosos y a los etarras que no han pedido perdón por sus crímenes.

Gracias al coronavirus queda patente que lucir lazos amarillos o hablar catalán no sirven a los sanitarios en Cataluña y Baleares para atender a confinados y a enfermos, pero se demuestra que el independentismo aprovecha hasta las mayores catástrofes colectivas para servir a su causa. Mientras Bildu arrebataba el ayuntamiento de Estella a Navarra Suma, Quim Torra persistía en desmantelar el Estado desbordando las competencias autonómicas.

Gracias al coronavirus nos enteramos de que el Estado, además del 155, tiene otros recursos contundentes para hacerse respetar, y que hasta un Gobierno cobarde, vacilante y desbordado puede usarlos cuando la realidad acaba desnudando al sectarismo ideológico.

Gracias al coronavirus, a destiempo y a hurtadillas, lo que parecía imposible desde la alianza en la moción de censura con los independentistas, después de dos años de ninguneo, se hace posible contar con la oposición para defender los intereses de los españoles y no ceder a la voracidad corrosiva del independentismo.

Gracias al coronavirus la realidad se impuso sobre la ideología desde que Javier Ortega Smith confesó el error de Vista Alegre. Confesado, quedó al descubierto el encubrimiento de la epidemia por el Gobierno. No llevaba guantes como las ministras que asieron las pancartas, pidió perdón y se confinó, mientras Sánchez se escondía.

Gracias a que el coronavirus prendiera en Irene Montero, Sánchez tuvo que comparecer, aunque ya fuera tan tardío que el Ibex 35 recibió su declaración de intenciones con una pérdida de más del 14%.

Gracias al coronavirus sabemos que las medidas inspiradas en el surrealismo ideológico que anima el proyecto de Presupuestos, son tan inútiles que será necesario prorrogar nuevamente las prorrogadas cuentas de Cristobal Montoro.

Gracias al coronavirus sabemos que el Gobierno pospuso frenar lo que se venía encima al priorizar una manifestación de mentalización ideológica. Les urgía vociferar en las calles contra la sociedad patriarcal que las oprime para que el jefe del Gobierno compareciese luego como un patriarca que agradece al ciudadano un confinamiento servil.

Gracias al coronavirus se demuestra que, cuando la ideología supedita la realidad a sus conveniencias, se da de bruces con ella. Una inesperada anticipación de disposiciones para atajar la epidemia de las comunidades riojana y madrileña, dejó en evidencia a un Gobierno irresoluto que fingía no haber motivos para la alarma que diez días más tarde se vio compelido a declarar.

Gracias al coronavirus queda en evidencia el sectarismo de RTVE que, arropada por otros medios privados, se vengaba de que la comunidad madrileña, que exigió al Gobierno resoluciones y medios desde una semana antes, anticipara la alarma por la situación.

El aval que esconde el Ejecutivo

Gracias al coronavirus la solidaridad llama a las puertas cerradas de los domicilios españoles. No hace falta desempolvar memoria histórica  alguna. Basta el pasado reciente para actualizar qué dijo y cómo atacó Sánchez a Rajoy y cómo respondieron sectores sindicales y sanitarios contra el Gobierno durante la epidemia del ébola. El sectarismo sanitario se apiadó del perro de una trabajadora contagiada cuando rechazaba la repatriación del religioso Miguel Pajares para morir entre los suyos. Tales son los avales que esconde el Gobierno para solicitar ahora solidaridad.

Gracias al coronavirus el sindicalismo descubre el patriotismo y que los militares son mejores que ellos. Ni los que se atribuyen la salvaguarda de la sanidad pública han llamado a la huelga durante la irradiación epidémica. Ni la UGT o Comisiones aprovechan la oportunidad que ofrece San José o la Semana Santa para hacer al ciudadano rehén de sus consignas.

Gracias al coronavirus nos aseguramos de que los movimientos migratorios merecen ser analizados más a fondo que apelando a la demagogia bienintencionada. Los emigrantes no saltarán las vallas en Ceuta y Melilla. Los madrileños son recibidos con el eslogan Go homeen Murcia. Las pateras no serán acogidas con el Welcome en Madrid.

Gracias al coronavirus las consignas corporativas del sindicalismo de clase quedan desmentidas. Cabe optar entre trabajar en casa o fichar en una oficina. Los convenios colectivos son letra muerta si el trabajo puede realizarse a domicilio sin control sindical. Querían una reforma laboral a su medida y la medida del coronavirus ha desbaratado sus medidas.

El fanatismo no libra del contagio

Gracias al coronavirus la tecnología del siglo veintiuno desmiente la ideología de género. Los obcecados de la LGTBI, saben ya que la educación de los hijos no es función del Estado, sino de los padres que los cuidan a domicilio. Si los padres no alcanzan, corresponde a los abuelos, aislados ahora por la cobardía gubernamental.

Gracias al coronavirus, hasta los contumaces del Gobierno aprenden que la deuda pública tiene límites ya desbordados; que con la Bolsa no se juega, porque son los chinos comunistas los primeros que juegan con la bolsa; que la prima de riesgo no está al servicio de los caprichos del capitalismo más salvaje, o sea el capitalismo de Estado gestionado por un Gobierno indeciso.

La manifestación del coronavirus mostró el rostro de la insensatezSi la de Colón fue un error estratégico de la oposición, la del coronavirus ha desmontado los argumentos de un feminismo ansioso que se manifiesta protegido con guantes exponiendo irresponsablemente a los convocados a convertirse en propagadores de la epidemia. Gracias al coronavirus, ni el fanatismo los ha librado del contagio.