De entrada ni siquiera sabemos si va a ser tal. Cuarenta días y cuarenta noches para comenzar y quizás centena, y a lo peor todavía varios largos meses.

No busco otros culpables que las fuerzas del mal, pero si quiero arrepentirme de las muchas cosas que  hayamos hecho mal, aquí y en los diversos lugares donde transcurrió mi vida de formación y profesión. 

Difícil es encontrar algo positivo en la nueva peste de nuestros tiempos, la crisis del coronavirus que vivimos en todo el planeta desde febrero del año 2020. Y todavía no hemos salido cuando escribo estas líneas en la Semana Santa, de verdadera penitencia, el sábado Santo día 10 de abril.

Siempre he procurado mantener en todas partes amigos periodistas, como permanente y sentido homenaje y recuerdo de mi padre Antonio Ortiz Muñoz. Los profesionales de la palabra escrita te abren puertas al mundo y a veces te aclaran alguna idea, aunque también pueden liarte y emborronarte la mente. Hay que mantenerlos y exigirles que cuenten la verdad.

He tenido y tengo también amigos médicos; pueden curarte pero no siempre son capaces de salvarte del fin que en algún momento llegará. Mientras tanto, van contándote cosas de sus especialidades; algunos me hablan del colesterol, que puede ser colesterol bueno o colesterol malo. A mí me suena raro, pero me lleva a imaginar que pasa lo mismo con esta cuarentena. Me parece malísima, pero desearía buscarle sus aspectos menos dañinos, o al menos positivos. Es decir, encontrar la cuarentena buena.

Una antigua amiga, quien quizás antes no lo hiciera con frecuencia ni fervor, me confesó que afectada por el virus –que consiguió superar- había rezado muchísimo. En el catecismo de mi infancia me enseñaron que rezar es elevar el corazón a Dios pidiendo mercedes. Tal devoción no puede hacernos daño y desearía creer que puede ser beneficiosa para el alma y excepcionalmente para el cuerpo. Quizás la oración de muchos obtendrá la gracia para los investigadores y científicos en su búsqueda de remedios y vacunas contra el covid 19.

Para quienes somos anteriores a la era digital, a diferencia de mis nietos nacidos con un ratón en la mano, toda tecnología informática es en la madurez de aprendizaje esforzado y a veces frustrante. Pero hay que insistir y nunca rendirse. Encerrado en mi casa acudo al ordenador cuya pantalla se me abre a todo conocimiento.  Intento nuevos sistemas de comunicación grupal e quiero acceder al llamado ZOOM. Lucho contra las técnicas informáticas con esfuerzo y con limitado éxito. Pero con días y ollas venceremos, como decían los conquistadores, y acabaré consiguiéndolo. En todo caso cada vez me resultan menos ajenas estas prácticas.

El dialogo con familiares y amigos no es en toda circunstancia muy practicado ni fácil. La vida trepidante de nuestros tiempos hace que olvidemos con frecuencia a parientes y a amigos poco frecuentados. Al faltarnos la calle y el campo, y yo soy (o era) muy paseante de ciudad, calles, parques y museos, dedico más horas, todas  la horas,  al encierro en mi vivienda de jubilación, espero que la última, pero limitada a un piso amplio con largo pasillo que recorro como fiera enjaulada. Libros, diarios, revistas, películas, música, transmisiones de radio y televisión y mucho ordenador y llamadas telefónicas de corta, media y  larga distancia, como la RENFE. 

A lo mejor hablo en demasía con amigos y parientes, incluso converso y procuro hacer llegar afecto y solidaridad. De mi larga lista de contactos he recuperado muchos que acogen siempre con gratitud y afecto el renovado contacto sin más objetivo que el recuerdo y los buenos deseos en tiempos de tribulación y temor.

Alegrémonos de que la nueva peste nos haya traído los dones de la oración, el conocimiento y la solidaridad. Espero que esta buena cuarentena sea para muchos  orar, aprender, conversar. Laus Deo.

Antonio Ortiz García

Embajador de España

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Acerca de Antonio Ortiz García

Antonio Ortiz García es Embajador de España. Tras diez años de docencia en la Complutense, sirvió a España como diplomático en Iberoamérica, Europa y África y en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Ha ocupado entre otros puestos los de cónsul en Metz, Berlín y Toulouse y embajador en Ghana y Togo, Rumanía, Organismos Internacionales en Viena y Hungría. Es Doctor Honoris causa por la Universidad de Craiova (Rumanía).