Al preguntarse González Pons dónde está Europa en la hora del coronavirus, ofreció un servicio al gobierno español. Un discurso enérgico, emotivo y valiente en el que, frente a la contraposición de una Europa del Norte y una Europa del Sur, opuso la Europa burocrática de los eurodiputados que no consiguen entenderse ni con intérpretes, y la Europa de los aplausos y los balcones que se entienden sin discutir aplaudiendo al ejército de sanitarios, investigadores y profesionales que arriesgan su vida para frenar la pandemia. 

¡Que buen discurso si hubiera toda la razón! Pero no son Europas excluyentes. Ambas coexisten. La existencia de una no implica la negación de la otra. También hay una Europa de la austeridad y otra de la mala praxis. Lamentablemente la gestión del gobierno español es un modelo de mala praxis destinado a ocultar su responsabilidad. La mala praxis ha hecho al gobierno rehén de su impotencia para dirigir la lucha contra la pandemia.

La briosa intervención de González Pons no puede encubrir la mala praxis de un presidente que reclama lealtad democrática, sin evitar que los motivos de discrepancia escindan a su propio gabinete. Mientras exige unidad, mantiene vivos los motivos de confrontación social y política que le llevó a ganar una moción de censura inspirada en la mala praxis. Mientras rehúye a la oposición que le tiende la mano, sus propios aliados se encogen de hombros para no patentizar su respaldo en el Congreso. 

La mala praxis se muestra en la exhibición de incompetencia ante la amenaza común. Los curricula de las autoridades responsables se encargan de expresar su incapacidad para hacer frente a una situación de emergencia que exige profesionalidad, conocimiento y ejemplaridad. La mala praxis que esparce el coronavirus un ocho de marzo, continúa impertérrita al comenzar abril. No hay predisposición para solicitar perdón, si no hay autocrítica para el reconocimiento de errores. Sin examen de conciencia no cabe más rectificación que insistir en la mala praxis para enmascarar la realidad.

La mala praxis de hoy es continuación de la mala praxis de ayer. La que gestionó una moción de censura destructiva para llevar a Sánchez a un gobierno interino. Si no fue anticonstitucional, no fue constructiva como reza la Constitución. La mala praxis permitió que el gobierno encontrara respaldo reglamentario en una coalición de partidos que falsificó los motivos que la motivaron. La mala praxis fructifica en el engaño que consuma una alianza para formar un gobierno que contradice el programa que solicitó respaldo electoral. 

¿Hay motivo que invite a Europa a confiar en un gobierno nacido de la mala praxis, urdido a espaldas del electorado, ansioso de aprovechar la lucha contra el coronavirus como campaña de mantenimiento de imagen? La llamada de auxilio de González Pons se desvanecerá entre los balcones mientras este gobierno, rehén de sus propios socios, contradictorio en sus explicaciones, evidencie ante Europa su incapacidad para liderar una gestión solvente y realista. 

Los reproches a Europa se devalúan mientras persistan los motivos para desconfiar de la administración si hubiera aportación de recursos. La laxitud arrastrada desde su condición de gobierno interino no ofrece garantía para ser atendido ahora por Europa. Mala praxis es la incapacidad manifiesta para asumir errores obvios. Mala praxis es el constante desvío de la atención sobre las responsabilidades propias hacia las competencias de las instituciones autonómicas. Mala praxis es la ocultación de datos, la filtración de información, la campaña de persuasión periodística, la pugna interna con socios cuya existencia deja bajo sospecha al gobierno en su conjunto.

No hay motivos de confianza allí donde no hay ejemplaridad en el testimonio, templanza en el liderazgo, ni diligencia en la gestión. Es mala praxis llamar a la unidad mientras se excita a la confrontación, no aceptar la mano que puede unir por haber aceptado previamente la mano que divide a los españoles. La mala praxis ha renunciado a las competencias para hacer recaer la responsabilidad en las instituciones del Estado subordinadas a la autoridad central. La mala praxis dicta normas que aparentan contundencia sin contraer obligaciones. Reglamentación inconcreta, ambigua e imprecisa.

Europa tiene motivos para recelar de un gobierno que despilfarra sus propios recursos. Esa mala praxis está instalada en el sillón gubernamental. Como el gobierno es incapaz de marcar la agenda al coronavirus, va dando tumbos por la senda que el coronavirus le marca. Pero hay que salvarse, como sea, de este trágico desgarro. González Pons colaboró con un gesto que había anticipado dos veces Casado en el Congreso. Ofrecer una ayuda inmerecida a Sánchez para marcar una agenda que ahora ya no es de una quincena, ni de un mes, acaso de un trimestre. El gobierno ni oye ni escucha, mientras habla de unidad, porque Sánchez solo da señales de comprometerse con su manual de resistencia. 

Se acerca el momento en que la tabla de salvación a la que pueda agarrarse Sánchez para ganar credibilidad en Europa y en España sea tomar la mano tendida por la oposición democrática y constitucional. Pero no bastarán ya los gestos. La mala praxis solo puede regenerarla la ejemplaridad. España necesita un liderazgo ejemplar. Si el PP, Vox y Ciudadanos están dispuestos, no a dar un golpe de efecto, sino un golpe de ejemplo, tendrían que hacer valer ante los ciudadanos una renuncia de sus haberes para engrosar una cuenta de gasto para el coronavirus. Por supuesto que no es una solución. Pero sería una lección, el gesto ejemplar de que la austeridad se predica y se practica. González Pons podría empezar con un porcentaje de sus honorarios de eurodiputado. Y si antes o tras él, fueran los demás, tendríamos motivo para confiar en el porvenir.