V.E.R.D.E.

Lo malo no es solo la peste del siglo XXI, que terminará con la vida de muchos ancianos y de algunos más jóvenes. Lo peor es el intento de creación, al amparo y con la excusa de la lucha contra la pandemia, de una sociedad falta de libertades, con obligaciones y sin derechos.

En España el gobierno central o mejor dicho el jefe del gobierno se pretende considerar símbolo y representante exclusivo de todo el país y habla en nombre de todos los ciudadanos. 

Nuestra vigente Constitución de 1978 determina en su artículo 56 que “El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia,….asume la más alta representación del Estado español….”

Javier Castro Villamor dirige la Orquesta Filarmónica de Burgos interpretando «Nabuco»

En Italia en los albores de su unidad nacional a finales del siglo XIX se buscaban referencias unitarias contra la opresión extranjera. Uno de los símbolos que utilizó el pueblo para reforzar el ideal independentista fue el  Va, pensiero, «coro de los esclavos judíos» del tercer acto de Nabuco. Su famoso autor Giuseppe Verdi dio origen al  acróstico V.E.R.D.I. con cuya mención numerosos italianos querían decir VIVA IL RE D`ITALIA  futuro al que se aspiraba.

En mi lejanísima época universitaria en Complutense de Madrid, aparecían en contra de la censura franquista gritos y colores, de inspiración en la cercana península latina de V.E.R.D.E.,  que aquí traducíamos  VIVA EL REY DE ESPAÑA.

En estos tiempos de tribulación, y peores prácticas, con insultos, ataques y maniobras, intentos de voladuras y golpes, quiero gritar bien alto este VERDE. Detesto referirme a “este país”, en fórmula muy usada por determinados sectores políticos de todas las tendencias. Yo siempre hablé y sigo hablando de España y mi profesión que detenté con orgullo me obligaba al explicarla a citar siempre el nombre de mi patria, pues cualquiera de mis trabajos la incluía siempre en su titulación, desde la de secretario de la representación de España, delegado o cónsul de España hasta la de embajador de España. Recuerdo ahora que cuando alguno de nuestros parlamentarios de mas palabrería que cerebro me hablaba, estando fuera del Reino, de este país, yo siempre respondía en un intencionado sarcasmo con una referencia real al país que de verdad era este, es decir donde nos encontrábamos en aquel momento. Así, en este país hay una república bicameral, por ejemplo en Hungría, en este país hay una dictadura comunista, como en Rumanía, o en este país hay un gobierno golpista como en Ghana.

            Dos grandes razones me empujan a mi grito hoy día: en primer lugar, que desde la restauración de la monarquía parlamentaria constitucional hemos vivido en España, en este país como dirían mis aludidos interlocutores, el más largo periodo de paz, progreso, libertad y prosperidad de toda nuestra historia. Esta pax hispanica, que confío sigamos teniendo se debe al esfuerzo de muchos hombres de buena voluntad y sin duda a nuestro sistema de gobierno. 

Mi segunda razón más actual es mi respeto y valoración del actual monarca, el Rey Felipe, sexto de su nombre, que Dios guarde. El joven soberano, quien nació, y así se lo he comentado en alguna ocasión en tal día y año como Antonio, mi tercer hijo, se ha revelado como hombre de excepción. No solo por su preparación, conocimientos y experiencias, sino en especial por su prudencia y actuación medida y oportuna. Su prestigio internacional supera al de nuestros dirigentes y aporta una imagen al reino beneficiosa y garante.

No me cansaré pues de repetir VERDE, VERDE, VERDE. 

Antonio Ortiz García

Embajador de España

LA CUARENTENA BUENA

De entrada ni siquiera sabemos si va a ser tal. Cuarenta días y cuarenta noches para comenzar y quizás centena, y a lo peor todavía varios largos meses.

No busco otros culpables que las fuerzas del mal, pero si quiero arrepentirme de las muchas cosas que  hayamos hecho mal, aquí y en los diversos lugares donde transcurrió mi vida de formación y profesión. 

Difícil es encontrar algo positivo en la nueva peste de nuestros tiempos, la crisis del coronavirus que vivimos en todo el planeta desde febrero del año 2020. Y todavía no hemos salido cuando escribo estas líneas en la Semana Santa, de verdadera penitencia, el sábado Santo día 10 de abril.

Siempre he procurado mantener en todas partes amigos periodistas, como permanente y sentido homenaje y recuerdo de mi padre Antonio Ortiz Muñoz. Los profesionales de la palabra escrita te abren puertas al mundo y a veces te aclaran alguna idea, aunque también pueden liarte y emborronarte la mente. Hay que mantenerlos y exigirles que cuenten la verdad.

He tenido y tengo también amigos médicos; pueden curarte pero no siempre son capaces de salvarte del fin que en algún momento llegará. Mientras tanto, van contándote cosas de sus especialidades; algunos me hablan del colesterol, que puede ser colesterol bueno o colesterol malo. A mí me suena raro, pero me lleva a imaginar que pasa lo mismo con esta cuarentena. Me parece malísima, pero desearía buscarle sus aspectos menos dañinos, o al menos positivos. Es decir, encontrar la cuarentena buena.

Una antigua amiga, quien quizás antes no lo hiciera con frecuencia ni fervor, me confesó que afectada por el virus –que consiguió superar- había rezado muchísimo. En el catecismo de mi infancia me enseñaron que rezar es elevar el corazón a Dios pidiendo mercedes. Tal devoción no puede hacernos daño y desearía creer que puede ser beneficiosa para el alma y excepcionalmente para el cuerpo. Quizás la oración de muchos obtendrá la gracia para los investigadores y científicos en su búsqueda de remedios y vacunas contra el covid 19.

Para quienes somos anteriores a la era digital, a diferencia de mis nietos nacidos con un ratón en la mano, toda tecnología informática es en la madurez de aprendizaje esforzado y a veces frustrante. Pero hay que insistir y nunca rendirse. Encerrado en mi casa acudo al ordenador cuya pantalla se me abre a todo conocimiento.  Intento nuevos sistemas de comunicación grupal e quiero acceder al llamado ZOOM. Lucho contra las técnicas informáticas con esfuerzo y con limitado éxito. Pero con días y ollas venceremos, como decían los conquistadores, y acabaré consiguiéndolo. En todo caso cada vez me resultan menos ajenas estas prácticas.

El dialogo con familiares y amigos no es en toda circunstancia muy practicado ni fácil. La vida trepidante de nuestros tiempos hace que olvidemos con frecuencia a parientes y a amigos poco frecuentados. Al faltarnos la calle y el campo, y yo soy (o era) muy paseante de ciudad, calles, parques y museos, dedico más horas, todas  la horas,  al encierro en mi vivienda de jubilación, espero que la última, pero limitada a un piso amplio con largo pasillo que recorro como fiera enjaulada. Libros, diarios, revistas, películas, música, transmisiones de radio y televisión y mucho ordenador y llamadas telefónicas de corta, media y  larga distancia, como la RENFE. 

A lo mejor hablo en demasía con amigos y parientes, incluso converso y procuro hacer llegar afecto y solidaridad. De mi larga lista de contactos he recuperado muchos que acogen siempre con gratitud y afecto el renovado contacto sin más objetivo que el recuerdo y los buenos deseos en tiempos de tribulación y temor.

Alegrémonos de que la nueva peste nos haya traído los dones de la oración, el conocimiento y la solidaridad. Espero que esta buena cuarentena sea para muchos  orar, aprender, conversar. Laus Deo.

Antonio Ortiz García

Embajador de España

¿POR QUÉ SERÍA CRISTIANO, AUNQUE NO TUVIERA FE?

Considerados como propuestas humanas y prescindiendo por tanto de una perspectiva trascendente, socialismo y cristianismo tienen una proyección utópica. Ambos pretenden contribuir a la mejora de la sociedad humana mediante el reconocimiento de dos principios utópicos, la libertad y la igualdad humana.

EL CRITERIO

Libertad e igualdad son principios utópicos porque no son reales, sino aspiraciones sublimes y, desde un punto de vista realista, inalcanzables. Son ideales a los que se puede tender, aun sabiendo que nunca se llegará a alcanzarlos. El socialismo se plantea asumir la tarea de alcanzar ese ideal como una obligación ética que ha de tener una manifestación política. Se concibe como un plan de cuya ejecución depende la futura consecución del ideal. La función de la política es aplicar el plan socialista para asegurar la libertad y la igualdad entre los hombres. Desde un punto de vista cristiano se puede coincidir con las aspiraciones de este punto de vista sin problemas: la función ética de la política es alcanzar la máxima igualdad con la mínima restricción de libertad. El cristianismo, en tanto doctrina que trata de representar de modo realista la condición humana, difiere del socialismo en que no asume la hipótesis, o sea la creencia, de que un programa político pueda trazar un plan social para realizar ese objetivo. Libertad e igualdad son fines inaccesibles a cualquier plan político realista.

EL PROBLEMA

El problema es dar por supuesto que alguien pueda saber por anticipado cuál es el plan de acción política adecuado para ejecutar un ideal igualitario o para aproximarnos colectivamente a una mejora de la sociedad entendida como progreso conjunto de la igualdad en libertad.

El problema que plantea es que el plan no es fruto de una mente y una voluntad colectivas que puedan prever y forzar las conductas, deseos, intereses o motivaciones de quienes hayan de adherirse a su puesta en práctica. El plan siempre quedará como hipótesis especulativa, y sus fines como postulados dogmáticos. El plan solo puede prosperar si se rectifica en función de los fines propuestos. No hay modo de poder verificarse o refutarse la hipótesis de que haya un plan que pueda ajustarse a esos fines. Siempre será concreción de una propuesta particular, de un razonamiento personal que pretende representar una razón común y una voluntad colectiva. Como expresión de una idea personal, puede originar una creencia o una corriente de opinión favorable. Pero el plan no es el de vínculo alguno que pueda enlazar la propuesta, programa, plan u opinión a una a la tesis. El plan es una hipótesis de acción cuya función es corregirse a sí misma para adaptarse a la tesis. El procedimiento de corrección mediante la praxis no es refutar o confirmar si el plan puede vincularse a la teoría en que se sustenta, ya que los propios fines teóricos se imponen como consignas irrenunciables. La autocorrección del plan mediante la praxis sirve simultáneamente de proceso de refutación y de confirmación.

EXPLOTACIÓN

Disfrazándose con el rótulo de “socialismo científico”, el socialismo pretende estar en condiciones de demostrar lo indemostrable, que su plan de acción, basado en el constructo de la “lucha de clases” (por ejemplo), es el camino que asegura cómo alcanzar el ideal utópico.

La lucha de clases se presenta como el medio para acabar con la explotación del hombre por el hombre. Que existe esta explotación es indudable. Que esta explotación pueda reducirse a los términos de una explotación de una clase social por otra es un constructo claramente refutable porque es históricamente variable. No hay modo de mostrar que la pretensión de que una clase social represente históricamente un plan de emancipación humana sea una conjetura. Si fuera así, no habría explotación del hombre por el hombre entre los miembros de la clase social destinada a erradicar la explotación. Habría convivencia, armonía, solidaridad, igualdad y paz. 

REALISMO

La experiencia histórica muestra que esa armonía no existió ni existe en ningún grupo social, ni siquiera entre aquel en que más podría tener cobijo, como la familia. Se arguye que la diferencia de intereses medida por el dinero y la propiedad son las causas de esas diferencias. Pero si así fuera no se daría en las pequeñas comunidades que han renunciado a la propiedad para vivir en común. Ni se entendería el sacrificio incondicional de los padres para mantener a sus hijos o el esfuerzo de muchos hijos para mantener a sus padres. Es el ámbito propio de la solidaridad afectiva que reconoce Honnet.

También habría de manifestarse alguna diferencia entre sociedades regidas por el principio socialista y las que re resisten a aceptarlo. Pero, lejos de apreciarse alguna mejora, allí donde mediante la lucha de clases, la dictadura de clase o la violencia revolucionaria ha impuesto el socialismo, la cohesión social solo se obtiene aumentando la coacción y la violencia. La explotación del hombre por el hombre en regímenes que eliminan la propiedad privada, se presenta como explotación del individuo por el partido, por el gobernante o por el autócrata. 

DIFERENCIA POLÍTICA 

La diferencia entre la utopía socialista y la utopía cristiana resulta de la distinción entre realismo e idealismo. Ambos “ismos” coinciden en los mismos ideales utópicos, porque la utopía ilustrada resulta de la secularización de la utopía cristiana. Mientras que el cristianismo sabe que sus ideales son en este mundo inalcanzables y, por eso, utópicos, el idealismo materialista los concibe como fines racionales políticamente realizables. Creyeron invertir el idealismo, al reducir la realidad a materialidad y la materialidad a relaciones económicas de las cuales las ideas son trasuntos. Pero tal reducción es también una tesis dogmática.

Se diferencian, por tanto, en que, aunque ambos ideales comparten la pretensión de utopía, la cristiana es realista, no idealista. Parte de la comprobación de que la explotación del hombre por el hombre se da en cualquier situación o circunstancia y que ningún plan de dominación social aplicado mediante la violencia del príncipe bienintencionado o de la lucha de clases resentida puede conciliar la libertad con su aplicación forzosa. 

DIFERENCIAS UTÓPICAS

Primero, la utopía cristiana no tiene por fin realizarse en este mundo. Es utópica en un plano trascendente. Es una tendencia a la que se puede acercar más o menos, pero no se puede planificar, sino es por la coacción o la fuerza, pero la coacción y la fuerza como método es incongruente con los fines. ¿Cómo métodos violentos y represores pueden generar fines benevolentes y pacíficos? Gracias a que la historia es dialéctica se sintetizan las contradicciones. ¿Y quién confirma que la historia responde a una dialéctica y que el entendimiento es capaz de captarla? La razón humana. ¿Y qué es la razón humana? La razón de Hegel, de Marx, de Lenin, de Mao y de Fidel Castro… 

Segundo, la utopía cristiana es personal, no es una utopía social. Es una conversión de cada hombre en particular, no un método de transformación de la humanidad. El hombre que la anuncia no se proclama representante de la razón humana, sino del dolor humano. No propone un remedio colectivo, sino un ejemplo de vida que imitar. Ese ejemplo es a la vez utópico y realista en sentido estricto: nadie está en condiciones de imitarlo cumplidamente, porque ese hombre es a la vez Dios. Es realista, no ofrece una fraternidad universal accesible en este mundo a través del movimiento de la historia, sino un mensaje cuya eficacia depende de que la conducta personal sea fraterna. De antemano se reconoce que no es posible seguir plenamente un modelo que supera la medida humana, pero, si cada uno cambia, se puede aproximar hacia lo que la trasciende. Es un desafío que exige la conversión moral individual. No es una utopía colectiva, que pueda alcanzarse por el esfuerzo de la praxis racional.

Tercero. La lucha de clases, o cualquier otro instrumento de planificación colectiva, es idea, no materia, de una razón individual o de la rectificación crítica de otras razones individuales, no procede de una razón colectiva. La progresividad de la historia no es accesible por la razón humana y ninguna razón humana puede abarcar el movimiento total de la historia. La categoría de totalidad es inaccesible e inabarcable a la razón. El totalitarismo consiste en arrogarse la representación de la totalidad. Lo que llaman praxis del socialismo científico es tan vulnerable y dependiente de la incertidumbre como cualquier otra idea personal. Cuando la crítica de la razón instrumental apela a la categoría de totalidad es incongruente con la crítica del positivismo científico. Si la pretensión del positivismo es dogmática cuando se erige como última instancia, la crítica de la razón instrumental es dogmática cuando se erige en tribunal de última apelación.

Cuarto. El realismo cristiano presenta la utopía fuera de este mundo. La supedita en este mundo al esfuerzo personal para evitar que un hombre explote, es un modo de decir, “se aproveche”, de otro hombre, cualquiera que sea la circunstancia social en que se halle. La utopía social es una justificación de la explotación, es decir, la sujeción coactiva de los hombres a una autoridad coactiva legitimada por la promesa inverificable de que es mediación necesaria para alcanzar el reino de la libertad.

Quinto. Al trasladar la utopía fuera de este mundo, el utopismo cristiano se sitúa en el orden de la realidad de la vida, de la experiencia del mundo, independientemente de que se tenga o no se tenga una fe.

ESENCIA DE LA UTOPÍA

Sexta. Si se prescinde de la fe, la noción de utopía es vulnerable a la misma crítica a la que expuso Feuerbach La esencia del cristianismo. La lucha de clases y la conciencia de clase son, como la idea de divinidad, proyecciones humanas alentadas por el deseo utópico. Un deseo nacido de elevar el resentimiento de la relación de servidumbre o del afán de revancha que brota de la asimetría de las sociales circunstancias y de su reglamentación. La supremacía o la servidumbre tradicionalmente transmitidas entre rangos humanos establecidos por las reglas, los vínculos sociales o la costumbre. La promesa de una mejora encubre que el remedio consiste en invertir una situación previa, que puede ser o no socialmente justificada por hábito, ley o tradición, en su contraria. De la inversión no se infiere una igualación o una mejora. La experiencia muestra que, en el caso de las revoluciones, la empeora; en el caso de las revueltas sociales, si no son aplicación de un plan, pueden mejorar o estabilizar una reforma que no siempre compensará el daño ocasionado. Aunque no podamos suscribirla, se comprende la exclamación de Goethe “prefiero la injusticia al desorden”. Valdría si no fuera porque el mantenimiento del orden no puede servir de coartada a la injusticia o a la mentira. Resistir forma parte del realismo humano, si no fuera así ni el sacrificio ni el ejemplo de los mártires podría fructificar en suelo terreno. 

Generar la ilusión utópica como un proyecto de futuro realizable para justificar que, en el presente, se someta a los ciudadanos a una situación de servidumbre y de explotación como senda para la fraternidad humana, es un plan utópico irrealizable. Admitir la arbitrariedad de la esclavitud y la servidumbre impositiva tampoco pueden servir de coartada para justificar la impunidad del trato inhumano.La bondad o maldad humanas no dependen de la situación o circunstancia sociales. En cualquier situación o circunstancia social, aunque sea de servidumbre o de dependencia, se puede ser mejor o peor persona, puede un hombre explotar a otro hombre, aprovecharse de él, ayudarle o socorrerle.

FIARSE

Nos fiamos de una persona cuando creemos lo que nos dice, asentimos a sus afirmaciones, le otorgamos crédito o confianza. Ésta es una condición importante para la adquisición de conocimientos y aun para todo el desarrollo de la vida humana.

“El hombre no ha sido creado para vivir solo. Nace y crece en una familia para insertarse más tarde con su trabajo en la sociedad. Desde el nacimiento, pues, está inmerso en varias tradiciones, de las cuales recibe no sólo el lenguaje y la formación cultural, sino también muchas verdades en las que, casi instintivamente, cree” (S. JUAN PABLO II. Enc. Fides et ratio, n. 31). Algunas de ellas son puestas en tela de juicio: “el crecimiento y la maduración personal implican que estas mismas verdades puedan ser puestas en duda y discutidas por medio de la peculiar actividad crítica del pensamiento. Esto no quita que, tras este paso, las mismas verdades sean <<recuperadas>> sobre la base de la experiencia llevada que se ha tenido o en virtud de un razonamiento sucesivo” (Ibidem).

            La fe humana tiene una función sumamente importante en la vida de toda persona, por muy crítica o autosuficiente que se considere: “las verdades simplemente creídas son mucho más numerosas que las adquiridas mediante la constatación personal. En efecto, ¿quién sería capaz de discutir críticamente los innumerables resultados de las ciencias sobre las que se basa la vida moderna? ¿Quién podría controlar por su cuenta el flujo de informaciones que día a día se reciben de todas las partes del mundo y que se aceptan en línea de máxima como verdaderas? Finalmente, ¿quién podría reconstruir los procesos de experiencia y de pensamiento por los cuales se han acumulado los tesoros de la sabiduría y de la religiosidad de la humanidad? El hombre, ser que busca la verdad, es pues tambiénaquél que vive de creencias” (Ibidem).

            Al igual que otros hombres nos hablan, Dios también lo ha hecho, se ha manifestado por medio de su Revelación: “Dios invisible habla a los hombres como amigo, movido por su gran amor y mora en ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía” (Conc. VATICANO II. Const. Dei Verbum, n. 2). Si es razonable fiarse de las palabras de un buen amigo, mucho más razonable es fiarse de las palabras que Dios nos dirige. “La respuesta adecuada a esta invitación es la fe” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 142). Se trata ya no de una fe meramente humana: el hombre se fía de Dios, asiente a lo que Éste le revela, somete su inteligencia y su querer a Dios, con la “obediencia de la fe” (cf. Romanos 1, 5; 16, 26).

            La Biblia hace el elogio del patriarca Abraham, “el padre de todos los creyentes” (Romanos 4, 11. 18; cf. Génesis 15, 5), que abandonó su tierra y parentela para poner enteramente el rumbo de su vida en las manos de Dios, hasta llegar a ofrendarle en sacrificio a su único hijo (cfr. Hebreos 11, 17). Cuando el Redentor viene a la tierra, “la Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que <<nada es imposible para Dios>> (Lucas 1, 37; cf. Génesis 18, 14) y dando su asentimiento: <<He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra>> (Lucas 1, 38)” (Catecismo…, n. 148).

            Hace falta creer para alcanzar la verdad: “el conocimiento por creencia, que se funda sobre la confianza interpersonal, está en relación con la verdad: el hombre, creyendo, confía en la verdad que el otro le manifiesta” (Enc. Fides et ratio, n. 32). “La capacidad y la opción de confiarse uno mismo y la propia vida o otra persona constituyen ciertamente uno de los actos antropológicamente más significativos. No se ha de olvidar que también la razón necesita ser sostenida en su búsqueda por un diálogo confiado y una amistad sincera. El clima de sospecha y de desconfianza, que a veces rodea la investigación especulativa, olvida la enseñanza de los filósofos antiguos, quienes consideraban la amistad como uno de los contextos más adecuados para el buen filosofar” (Ibidem, n. 33).

            Todo esto tiene su realización más eminente con la fe en Dios. Fiarse de Dios es lo más razonable y lo más confortante. “La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado (…); la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que El dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura” (Catecismo…, n. 150). Nuestro Padre Dios se nos ha revelado por medio de su Hijo Jesucristo, y el Espíritu Santo infunde en nosotros la luz de la fe (cf. Ibidem, n. 151-152).

Rafael María de Balbín

(rbalbin19@gmail.com)

CONTRA OPORTUNISMO SECTARIO, GOBIERNO DE CONCENTRACIÓN

No basta con declarar amor para detener los tiempos del cólera. Este es un gobierno desbordado, cuyo jefe de filas lo fía a las palabras. Pero el cólera del coronavirus avanza inmune a las declaraciones amorosas.

Sus comparecencias en los medios públicos no solo son copiadas, como todo el mundo sabe, sino que, por saberse que son remedos, suenan falsas. Que sean copiadas, las hace tan sospechosas como la tesis doctoral o el manual de resistencia. Cada día que pasa, aumenta la frustración entre ciudadanos que luchan contra la infección y elevan su moral para no desmoronarse. El testimonio hace más patente a sus ojos que, quienes contribuyeron frívolamente a acelerar la pandemia, no pueden ser los gestores indicados para atajar la crisis que ha desencadenado su irresponsabilidad.

A pesar de la evidencia, el gobierno no se decide a aterrizar en las pistas de la realidad. Probablemente la indecisión se debe a que no saben ni cómo ni dónde poner las ruedas. Desdeñaron en su día las señales de urgencia que les llegaban de todos los indicadores, no solo desde China, sino de Italia -lo cual pudo permitirnos escarmentar en cabeza ajena-, las recomendaciones de la OMS, las de los especialistas y la del sentido común. Si la excusa fuera que no lo supieron ver a tiempo, la interpretación más dulce de las posibles, dejaría más manifiesta su incompetencia. Se desatendieron en el Parlamento las razones de una oposición que tendió incondicionalmente el guante blanco. Lo que tenemos ahora es la curva de progresión -aunque desfigurada, porque no se han establecido controles poblacionales, sino controles selectivos- más elevada del mundo.

Esto ocurre porque sectarismo y fanatismo se unen como principio gestor para contraponer una verdad oficial a la que sacude a la España real. Este gobierno nació de la estratagema, de la contradicción entre lo prometido y lo que hace, lo sostiene el cambalache entre partidismos contradictorios que tratan de mantener un equilibrio inestable, donde el tira y afloja de las concesiones se consuma de espaldas a los ciudadanos y ahora también del Parlamento. 

Ocurre mientras el coronavirus avanza incontenible. Nadie ignora hoy, porque lo dijo la vicepresidente, que el machismo mata más que el coronavirus, pero quien lo dijo era inmune al machismo, no al coronavirus. Ahí la tenemos víctima de sí misma. Las sucesivas comparecencias de Sánchez no se han dirigido a informar a los ciudadanos, sino a entretener a la ciudadanía aparentado que la informaba. Las medidas son aparentes; las que no son aparentes, no hay modo de saber cómo cumplirlas; las que pudieran cumplirse, están falseadas: no son novedades sino créditos debidos impagados. 

Como esencia de lucha contra la epidemia promueve contra viento y marea la imagen irremediablemente maltrecha. Lo está desde que un fatídico ocho de marzo, marcado ya a fuego como fecha fúnebre, la pandemia se extendió como un reguero de pólvora por las calles madrileñas pobladas de manifestantes antimachistas y aficionados futbolísticos. La tarea principal del gobierno desde entonces, no ha sido gestionar el coronavirus, sino gestionar la campaña para hacer de la imagen del presidente el edulcorante que salvaguarde una respetabilidad que él mismo puso en entredicho al formar su gobierno. 

La imagen es lo único que les preocupa. No es extraño, es lo probado que saben hacer sus innumerables asesores. A ello se dedican Iván Redondo, la directora de RTVE, el encargado del CIS. Sánchez ha conseguido resistir electoralmente, a la baja, y formar un gobierno, haciendo lo contrario a lo que había prometido que no haría. Un gobierno montado sobre esos mimbres contrapuestos y oportunistas, donde cada socio tira de la manta para cuidar su corral insultando al ajeno, es impotente para gestionar una situación de emergencia general. 

La situación se sobrelleva gracias a la lección diaria de entrega y profesionalidad de una población que se resiste a doblegarse entre aplausos y caceroladas. Diariamente llegan por las redes lecciones heroicas de pundonor. Son proporcionales a los recursos de cada cual, algunos de corto alcance, otros de amplia irradiación como las iniciativas de grandes empresas y entidades bancarias que se anticipan a los gestores públicos. Pone en evidencia el fanatismo que aflora dentro del gobierno y el sectarismo irrefrenable de sus socios. Hay que ocultarlas o deslegitimarlas como sea. A hacerlo se dedica sin sonrojo la sexta compañía.

Si quedara responsabilidad en Sánchez, se harían verdaderas las apelaciones a la unidad que sus asesores copian para ponerlas en su boca. Unidad, sí, no de boquilla, unidad efectiva, unidad parlamentaria nacional. Una crisis de todos, requiere un gobierno que represente de verdad a todos. Sería una demostración fiable de unidad. La unidad administrada por un gobierno de concentración, no por un gobierno de división. La mano tendida por Casado está en el aire. La única mano en la que Sánchez puede confiar para que su llamada a la unidad sea creíble, efectiva.

Cada día se pone más ardua consolidar la unidad pregonada. El ocho de marzo es fecha de todas las comidillas. Que la eludan las comparecencias de Sánchez, las informaciones de El País, RTVE, la Ser, la Sexta, la confirma como la fecha en que el coronavirus pasó a ser en España una plaga indisimulable. El Gobierno no puede parchear las vías de agua que se abren por las grietas cada vez más amplias de su campaña informativa. Un gobierno capaz de vivir de una imagen prefabricada, incapaz de frenar una pandemia como no sea al coste de tener que sustituir las funerarias por campamentos fúnebres. 

Publicado en El Debate de Hoy

PALABRAS VERDADERAS

El lenguaje humano es signo a la vez de nuestra pobreza y de nuestra riqueza. De nuestra pobreza porque de ordinario las palabras se quedan cortas para expresar lo que un hombre lleva en su inteligencia y en su corazón.Y de nuestra riqueza porque gracias a las palabras expresamos nuestros pensamientos y afectos, y nos comunicamos con los demás.

En su bondad Dios ha querido valerse del lenguaje humano para hablar con nosotros: “La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres” (Conc. VATICANO II, Const. Dei Verbum, n. 13). A través de las palabras de la Sagrada Escritura Dios Padre se nos da a conocer. Desde toda la eternidad El dice su Verbo, su única Palabra, de la que son trasunto todas las palabras reveladas, auténticas palabras de Dios. “Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y el Cuerpo de Cristo” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 103). En la Biblia la Iglesia encuentra su alimento y su fuerza, en la escucha y vivencia de las palabras de Dios.

         La Sagrada Biblia es un libro absolutamente singular, ya que las verdades que en ella se revelan han sido escritas por inspiración del Espíritu Santo. Ningún otro libro, por excelente que sea, goza de esta cualidad única: tener como autor al mismo Dios. “La santa madre Iglesia, fiel a la base de los apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia” (Conc. VATICANO II, Const. Dei Verbum, n. 11).

         Pero, ¿acaso esos libros no han sido escritos por hombres como nosotros: Moisés, David, Isaías, Mateo, Juan, Pablo? Ciertamente que sí, y el estilo y la personalidad de esos hombres quedan reflejados en lo que escribieron. Mas al escribir actuaron como instrumentos inteligentes y libres de Dios. Es un caso singular de cooperación humana a una acción divina. Y la inspiración bíblica confiere a los libros sagrados una importancia excepcional. “En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería” (Ibidem). La inspiración del Espíritu Santo hizo que, pese a las limitaciones humanas de los escritores sagrados, éstos escribieran todo y sólo lo que Dios quería, de manera que en la Biblia nada sobra y nada falta de lo que Dios ha querido manifestarnos para nuestra salvación.

         Una consecuencia importante de la inspiración es la veracidad bíblica: en la Sagrada Escritura no hay errores, ni grandes ni pequeños, puesto que su autor es el mismo Dios, suma Verdad. “Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra” (Ibidem). Cuando una persona cualquiera, buscándole cinco pies al gato, afirma encontrar errores en el texto bíblico, no hace sino expresar su propia ignorancia, según el conocido dicho de que la ignorancia es atrevida.

         Y es que la palabra de Dios no es letra muerta: requiere la atenta apertura de la inteligencia humana, impulsada por el Espíritu Santo (cf. Catecismo…, n. 108).

Rafael María de Balbín

(rbalbin19@gmail.com)

DEMOS GRACIAS A LA MANIFESTACIÓN DEL CORONAVIRUS FEMINISTA

(Publicado en El Debate de Hoy 16/03/2020)

El Gobierno pospuso frenar lo que se venía encima. La manifestación del coronavirus era prioritaria para mentalizar ideológicamente al personal.

El New York Times del pasado viernes 13 de marzo tituló así: “España se convierte en el último epicentro de coronavirus después de una respuesta vacilante: tras permitir masivas concentraciones en la capital, la titubeante respuesta del Gobierno declarará el estado de emergencia. El número de contaminados salta a más de 4200”. Si la declaración de alarma se hubiera producido una semana antes, este título no hubiera reflejado el estéril patetismo de un mensaje paternalista de medidas irresolutas, devaluadas por el desconcierto de un Gobierno incapacitado para el liderazgo desde que las retrasó irresponsablemente.

En lugar de dar la cara y pedir perdón por el irreparable error de jalear manifestaciones que debió suspender, tras dar la callada por respuesta durante diez días a la reclamación de medidas de la Comunidad de Madrid, Pedro Sánchez enmascaró su irresponsabilidad dando retóricamente las gracias como si fuera ajeno al desastre.

Puede que tenga razón. Confinados a causa de la frivolidad del sectarismo feminista sentado en el Consejo de Ministros, los españoles tenemos motivos para dar graciasno al Gobiernosino al coronavirus que ha puesto en evidencia que el envilecimiento fanático protegido con guantes favoreció que la epidemia se extendiera entre los convocantes.

Gracias al coronavirus sabemos que el líder de los que provocaron la estampida reclama ahora unidad para ocultar su error pidiendo gracias emulando a los independentistas sediciosos y a los etarras que no han pedido perdón por sus crímenes.

Gracias al coronavirus queda patente que lucir lazos amarillos o hablar catalán no sirven a los sanitarios en Cataluña y Baleares para atender a confinados y a enfermos, pero se demuestra que el independentismo aprovecha hasta las mayores catástrofes colectivas para servir a su causa. Mientras Bildu arrebataba el ayuntamiento de Estella a Navarra Suma, Quim Torra persistía en desmantelar el Estado desbordando las competencias autonómicas.

Gracias al coronavirus nos enteramos de que el Estado, además del 155, tiene otros recursos contundentes para hacerse respetar, y que hasta un Gobierno cobarde, vacilante y desbordado puede usarlos cuando la realidad acaba desnudando al sectarismo ideológico.

Gracias al coronavirus, a destiempo y a hurtadillas, lo que parecía imposible desde la alianza en la moción de censura con los independentistas, después de dos años de ninguneo, se hace posible contar con la oposición para defender los intereses de los españoles y no ceder a la voracidad corrosiva del independentismo.

Gracias al coronavirus la realidad se impuso sobre la ideología desde que Javier Ortega Smith confesó el error de Vista Alegre. Confesado, quedó al descubierto el encubrimiento de la epidemia por el Gobierno. No llevaba guantes como las ministras que asieron las pancartas, pidió perdón y se confinó, mientras Sánchez se escondía.

Gracias a que el coronavirus prendiera en Irene Montero, Sánchez tuvo que comparecer, aunque ya fuera tan tardío que el Ibex 35 recibió su declaración de intenciones con una pérdida de más del 14%.

Gracias al coronavirus sabemos que las medidas inspiradas en el surrealismo ideológico que anima el proyecto de Presupuestos, son tan inútiles que será necesario prorrogar nuevamente las prorrogadas cuentas de Cristobal Montoro.

Gracias al coronavirus sabemos que el Gobierno pospuso frenar lo que se venía encima al priorizar una manifestación de mentalización ideológica. Les urgía vociferar en las calles contra la sociedad patriarcal que las oprime para que el jefe del Gobierno compareciese luego como un patriarca que agradece al ciudadano un confinamiento servil.

Gracias al coronavirus se demuestra que, cuando la ideología supedita la realidad a sus conveniencias, se da de bruces con ella. Una inesperada anticipación de disposiciones para atajar la epidemia de las comunidades riojana y madrileña, dejó en evidencia a un Gobierno irresoluto que fingía no haber motivos para la alarma que diez días más tarde se vio compelido a declarar.

Gracias al coronavirus queda en evidencia el sectarismo de RTVE que, arropada por otros medios privados, se vengaba de que la comunidad madrileña, que exigió al Gobierno resoluciones y medios desde una semana antes, anticipara la alarma por la situación.

El aval que esconde el Ejecutivo

Gracias al coronavirus la solidaridad llama a las puertas cerradas de los domicilios españoles. No hace falta desempolvar memoria histórica  alguna. Basta el pasado reciente para actualizar qué dijo y cómo atacó Sánchez a Rajoy y cómo respondieron sectores sindicales y sanitarios contra el Gobierno durante la epidemia del ébola. El sectarismo sanitario se apiadó del perro de una trabajadora contagiada cuando rechazaba la repatriación del religioso Miguel Pajares para morir entre los suyos. Tales son los avales que esconde el Gobierno para solicitar ahora solidaridad.

Gracias al coronavirus el sindicalismo descubre el patriotismo y que los militares son mejores que ellos. Ni los que se atribuyen la salvaguarda de la sanidad pública han llamado a la huelga durante la irradiación epidémica. Ni la UGT o Comisiones aprovechan la oportunidad que ofrece San José o la Semana Santa para hacer al ciudadano rehén de sus consignas.

Gracias al coronavirus nos aseguramos de que los movimientos migratorios merecen ser analizados más a fondo que apelando a la demagogia bienintencionada. Los emigrantes no saltarán las vallas en Ceuta y Melilla. Los madrileños son recibidos con el eslogan Go homeen Murcia. Las pateras no serán acogidas con el Welcome en Madrid.

Gracias al coronavirus las consignas corporativas del sindicalismo de clase quedan desmentidas. Cabe optar entre trabajar en casa o fichar en una oficina. Los convenios colectivos son letra muerta si el trabajo puede realizarse a domicilio sin control sindical. Querían una reforma laboral a su medida y la medida del coronavirus ha desbaratado sus medidas.

El fanatismo no libra del contagio

Gracias al coronavirus la tecnología del siglo veintiuno desmiente la ideología de género. Los obcecados de la LGTBI, saben ya que la educación de los hijos no es función del Estado, sino de los padres que los cuidan a domicilio. Si los padres no alcanzan, corresponde a los abuelos, aislados ahora por la cobardía gubernamental.

Gracias al coronavirus, hasta los contumaces del Gobierno aprenden que la deuda pública tiene límites ya desbordados; que con la Bolsa no se juega, porque son los chinos comunistas los primeros que juegan con la bolsa; que la prima de riesgo no está al servicio de los caprichos del capitalismo más salvaje, o sea el capitalismo de Estado gestionado por un Gobierno indeciso.

La manifestación del coronavirus mostró el rostro de la insensatezSi la de Colón fue un error estratégico de la oposición, la del coronavirus ha desmontado los argumentos de un feminismo ansioso que se manifiesta protegido con guantes exponiendo irresponsablemente a los convocados a convertirse en propagadores de la epidemia. Gracias al coronavirus, ni el fanatismo los ha librado del contagio.

CONSERVAR Y PROGRESAR

Cuando un objeto de valor se nos confía en depósito, estamos en el deber de conservarlo diligentemente. 

Algo así sucede en las verdades reveladas por Dios a los hombres, que, en expresión de San Pablo a Timoteo constituyen el depósito de la fe, contenido en la Tradición Apostólica y en la Sagrada Escritura y confiado por los Apóstoles al pueblo cristiano, presidido por sus pastores (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 84).

         Cuando la palabra de Dios oral o escrita es propuesta a los fieles cristianos, el Papa y los obispos unidos a él ejercitan una auténtica interpretación magisterial, en nombre de Jesucristo. Este Magisterio está plenamente al servicio de la palabra de Dios y del pueblo fiel. No quiso Dios que pudiéramos errar en asunto de tanta monta, y por ello asiste especialmente con su ayuda al Magisterio de los pastores. Cristo dijo a sus Apóstoles: “El que a vosotros escucha a mí me escucha” (Lucas 10, 16; cf. Conc. VATICANO II, Const. Lumen gentium, n. 20).

         La actitud de los fieles cristianos ha de ser, por tanto, la de una atenta y dócil escucha a la voz del Magisterio. Cuando éste define un dogma, precisa que aquella verdad ha sido revelada por Dios y puede creerse en ella con entera seguridad. Los dogmas son luces que iluminan el camino de la vida cristiana, y reciben la adhesión de la inteligencia y del corazón de los creyentes (cf. Catecismo…, n. 85-90). Solamente aquí hay espacio para los dogmas: en las opiniones humanas hay un ancho campo para la libertad, y nadie debe proponer como si fuera un dogma su particular pensar: sería un irrespeto tiránico a la conciencia de los demás.

         Es necesario aquí hacer una precisión: cuando hablamos de depósito no queremos aludir a una verdad estática, que viene ya dada y que corresponde a unos pocos: los pastores. “Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo que los instruye y los conduce a la verdad completa” (Catecismo…, n. 91). Y así: “La totalidad de los fieles (…) no puede equivocarse en la fe (…): cuando desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos muestran estar totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral” (Conc. VATICANO II, Const. Lumen gentium, n. 12). Hay una adherencia permanente a las verdades de la fe, en cuyo conocimiento se debe profundizar, a la par que se aplica éste cada día más plenamente a la vida” (cf. Ibidem).

         No hay, pues, un inmovilismo de los creyentes, sino la invitación a un progreso constante. El Espíritu Santo asiste a la Iglesia para que el conocimiento de la fe y su vivencia real no dejen de crecer. Ello se realiza cuando los fieles contemplan y estudian las verdades reveladas, meditan lo que leen, asimilan las enseñanzas del Magisterio, se esfuerzan a diario en vivir de acuerdo con el Evangelio (cf. Catecismo…, n. 94).

         No hay por qué atisbar supuestas contradicciones entre lo que Dios ha revelado y la enseñanza autorizada de los pastores por El designados. “La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la guía del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas” (Conc. VATICANO II. Const. Dei Verbum, n. 10).

Rafael María de Balbín (rbalbin19@gmail.com

TRADICIÓN Y TRADICIONES

No es lo mismo la una que las otras. La gran Tradición (con mayúscula) es la que procede de los doce Apóstoles de Jesucristo y transmite desde entonces lo que el Espíritu Santo les hizo aprender de la vida y las enseñanzas de Jesús.

La primera generación de cristianos no tenía todavía la enseñanza escrita del Nuevo Testamento: sólo tenía la Tradición. Otra cosa son las tradiciones teológicas, disciplinares, de liturgia o de devoción, que han florecido en todas las épocas entre el pueblo cristiano. Aunque hayan nacido de la fe y la vida de los cristianos no constituyen por sí mismas una fuente de la Revelación divina, como en cambio sí que lo es la Tradición apostólica (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 83).

            Habiéndose revelado Dios a los hombres, quiso que las luces de esta Revelación pudieran llegar a todas las generaciones, sin merma ni adulteración. La transmisión del Evangelio comenzó por hacerse oralmente, y después también por escrito: “los Apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó”; “los mismos Apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo” (Conc. VATICANO II, Const. Dei Verbum, n. 7).

            La predicación de los Apóstoles de Cristo es continuada mediante la sucesión apostólica, ya que los ellos nombraron como sucesores suyos a los obispos, “dejándoles su cargo en el magisterio” (Ibidem); “la predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos” (Ibidem, n. 8).

            La Tradición es distinta de la Sagrada Escritura, aunque forma una unidad con ella. La Iglesia la conserva y la transmite a todas las edades, a través de su vida y enseñanza; asistida por el Espíritu Santo, “por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero” (Ibidem). La Tradición y la Sagrada Escritura son distintas, pero inseparables: “están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin” (Ibidem, n. 9). A través de ellas Cristo acompaña y ayuda a los suyos.

            En la Revelación divina tiene gran relevancia el texto bíblico: “La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo” (Ibidem). Pero la Revelación divina no se manifiesta solamente en la Biblia, sino también en la Tradición; hasta tal punto que la inspiración divina de aquella y el catálogo de sus libros los conocemos gracias a la Tradición. Quienes no admiten la Tradición, deberían en buena lógica renunciar a creer en la Biblia y en sus enseñanzas. “La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación” (Ibidem).

            El arte cristiano, los textos litúrgicos, los cánones de los Concilios y el testimonio de los Padres de la Iglesia nos han transmitido lo que todos los buenos cristianos han creído desde el principio, en todas partes y siempre. Los Padres de la Iglesia, que destacan por su antigüedad, santidad de vida y elevada doctrina, son los principales testigos de la Tradición apostólica.

Rafael María de Balbín (rbalbin19@gmail.com)

REVELACIÓN POR ETAPAS

Cuando hay que manifestar una verdad difícil de entender y que compromete vitalmente a quien la conoce, parece prudente ir poco a poco, por etapas. Es lo que ha hecho Dios con la humanidad, desde los inicios de nuestra historia:

“Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio” (Conc. VATICANO II, Const. Dei Verbum, n. 3). Esta Revelación no se interrumpió por el pecado de Adán y Eva: Dios alimentó su esperanza con la promesa de la Redención y cuidó de los hombres procurando su salvación. La Alianza con Noé, después del diluvio, implica una alianza con todos los hombres, agrupados “según sus países, cada uno según su lengua, y según sus clanes” (Génesis 10, 5; cf. 10, 20-31). La humanidad no logra la concordia y unión por sí misma, sino que desemboca en la dispersión de Babel (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 55-58).

         Más tarde Dios hizo alianza con Abraham, para reunir a la humanidad, haciéndole “el padre de una multitud de naciones” (Génesis 17, 5). El pueblo que proviene de Abraham será el beneficiario de las promesas de Dios, pueblo elegido y raíz en la que serán injertados los que provengan del paganismo. Cuando los descendientes de Abraham se multiplicaron en Egipto, Dios los liberó de la esclavitud por medio de Moisés, estableció con ellos su Alianza en el Sinaí y les dio la Ley, conduciéndoles por fin a la tierra prometida. La esperanza de la salvación se mantiene viva por los profetas, en expectativa de una Alianza definitiva y universal con todos los hombres. Los profetas llaman al pueblo a la conversión y lo exhortan a ser fiel a la Alianza con Yahvé (cf. Catecismo…, nn. 59-64).

         Así llegamos a la etapa última y mejor, en que la Revelación de Dios culmina. “De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo” (Carta a los hebreos 1, 1-2). Esta nueva Revelación, que lleva consigo la nueva y eterna Alianza de Dios con los hombres tiene ya un carácter perfecto y definitivo. Bellamente lo expone San Juan de la Cruz: “Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra…; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en El, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer cosa otra alguna o novedad” (Subida al Monte Carmelo 2, 22). En este sentido, tenemos ya todas las verdades necesarias para creer, obrar el bien y alcanzar la salvación. “La economía cristiana, por ser alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (Conc. VATICANO II, Const.Dei Verbum, n. 4). “Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos” (Catecismo…, n. 66). Las llamadas revelaciones privadas no son para mejorarcompletar la Revelación pública, sino para ayudar a que ésta se viva en tal o cual circunstancia histórica. La Iglesia ha desconfiado siempre de los iluminados, que pretenden enmendar la plana a lo que Dios mismo nos ha dicho (cf. Catecismo…, n. 67).

Rafael María de Balbín (rbalbin19@gmail.com)